viernes, 29 de diciembre de 2017

Todo a causa de una peluca



Según se cuenta, hubo en Inglaterra un hombre que fue asaltado en el camino por un ladrón que se había disfrazado con una gran peluca. Se abalanzó éste sobre el viajero, le tomó de la garganta, y exclamó: ¡tu cartera! Se apoderó de la cartera, guardándosela, y se deshizo de la peluca. Un pobre hombre que pasaba por el mismo camino encontró la peluca y se la puso. Cuando llegó al poblado siguiente, donde el viajero ya había dado la alarma, fue reconocido, arrestado, e identificado por el viajero, quien juraba que se trataba del mismo hombre. Casualmente, se hallaba el ladrón en la corte y, viendo el error, se aproximó al juez y le dijo: “Me parece que el viajero se fija más en la peluca que en el hombre”, y pidió entonces permiso para hacer un experimento. Se puso la peluca, tomó al viajero por la garganta y gritó: ¡Tu cartera!; — y, con esto, el viajero reconoce al ladrón, y se dispone a prestar juramento — pero el problema es que ya antes había jurado. Algo semejante ocurre con todos aquellos que de una u otra forma se concentran en el “qué” olvidándose del “cómo”; se promete, se jura, se va de aquí para allá, se arriesga la sangre y la vida, se muere ejecutado — todo a causa de una peluca. 

Johannes Climacus, Postscriptum

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