viernes, 29 de diciembre de 2017

Todo a causa de una peluca



Según se cuenta, hubo en Inglaterra un hombre que fue asaltado en el camino por un ladrón que se había disfrazado con una gran peluca. Se abalanzó éste sobre el viajero, le tomó de la garganta, y exclamó: ¡tu cartera! Se apoderó de la cartera, guardándosela, y se deshizo de la peluca. Un pobre hombre que pasaba por el mismo camino encontró la peluca y se la puso. Cuando llegó al poblado siguiente, donde el viajero ya había dado la alarma, fue reconocido, arrestado, e identificado por el viajero, quien juraba que se trataba del mismo hombre. Casualmente, se hallaba el ladrón en la corte y, viendo el error, se aproximó al juez y le dijo: “Me parece que el viajero se fija más en la peluca que en el hombre”, y pidió entonces permiso para hacer un experimento. Se puso la peluca, tomó al viajero por la garganta y gritó: ¡Tu cartera!; — y, con esto, el viajero reconoce al ladrón, y se dispone a prestar juramento — pero el problema es que ya antes había jurado. Algo semejante ocurre con todos aquellos que de una u otra forma se concentran en el “qué” olvidándose del “cómo”; se promete, se jura, se va de aquí para allá, se arriesga la sangre y la vida, se muere ejecutado — todo a causa de una peluca. 

Johannes Climacus, Postscriptum

miércoles, 27 de diciembre de 2017

Nietzsche, el inventor inventado



por Oscar Cuervo

¿Por qué la filosofía de los últimos 40 años dejó el problema de la verdad como una cuestión subsidiaria, dependiente de la invención subjetiva (hablemos de la voluntad o de la razón, se trata en ambos casos de la subjetividad)? ¿Por qué se siente como liberador deshacerse del problema (no de una determinada definición de "verdad") analogándola a la invención artística? En la comparación de la verdad con la "invención" artística se degrada tanto al arte como a la verdad: ninguno de ambos responden al modelo de la invención subjetiva, porque ni Beethoven inventó sus sinfonías ni Descartes inventó el cogito, ni Nietzsche inventó la voluntad de poder ni Marx inventó la lucha de clases ni Van Gogh inventó los cuervos en el campo de trigo. 

La palabra invención remite a una metafísica de la subjetividad y el uso acrítico que Nietzsche promueve, tan acrítico como su uso del término "voluntad" para referirse al despliegue del poder de los "seres superiores" sobre a los "inferiores" (a los que considera sacrificables en pos de una especie superior, llamados superhombres, transhombres o ultrahombres más da) lo único que hace es preparar el camino de esta época nihilista, que él anunció con tanta precisión. Nihilista por renunciar a preguntarse por la verdad o subordinarla a gratuitos juegos estéticos. La verdad no es una invención, así como el arte tampoco lo es. Tratarlos como invenciones implica desentenderse de ellos y preparar el camino para el reinado nihilista de la eficacia tecnológica, el despliegue brutal de la "voluntad de poder" que hace superflua la diferencia entre verdad y ocultamiento, verdad y olvido, verdad y mentira.

La filosofía que renuncia a la pregunta por la verdad (no la que cuestiona UNA concepción asociándola a la universalidad y a la objetividad científica) se rinde ante la indiferencia del poder tecnológico. Y de paso subordina al arte a una división del trabajo en el mercado. El arte como invención es tan fraudulento como la verdad como invención. 

Nietzsche no "inventó" su esquive al problema de la verdad subordinándola a la voluntad de poder, simplemente acató el poder histórico irrestricto de la anomia neoliberal que se venía preparando. Su mérito es haber percibido mucho antes que otros ese acontecimiento horroroso cuyas consecuencias hoy presenciamos. Su límite es celebrar ese advenimiento catastrófico como una "liberación" de la vida, cuando se trata de su más honda renuncia.

El problema de la verdad sigue esperándonos en el futuro, cuando los ecos de este nietzschenanismo estetizante se hayan apagado por el horror de un mundo regido completamente por la mentira.

lunes, 25 de diciembre de 2017

El juguete



Hablemos un poco al estilo griego. Supongamos que era un niño que había recibido algo de dinero como regalo y pudiese comprar un buen libro o un juguete, costando cada cosa lo mismo. Si se ha comprado el juguete, ¿puede con el mismo dinero comprar el libro? De ninguna manera, porque ya ha sido gastado. Pero podría ir al librero y preguntarle si desea cambiarle el juguete y darle en vez de ello el libro. Pongamos que el librero respondiera: «Querido niño, tu juguete carece de valor; es verdad que cuando tenías el dinero, podías haber comprado el libro o el juguete, pero con el juguete pasa una cosa: al comprarlo perdió todo su valor». ¿No pensaría el niño que eso era muy raro? De la misma manera hubo un tiempo en que el hombre pudo comprar por el mismo precio la libertad y la no-libertad, y ese precio era la libre elección del alma y el abandono en la elección. Y escogió la no-libertad. 
Søren Kierkegaard, Migajas filosóficas, Ed. Trotta, págs. 32-33

Ilustración: Carmen Cuervo

sábado, 23 de diciembre de 2017

Antifaz


Stille nacht, hellige nacht
All ist schlaft
Einsam war
Nur der exen
Bawachten auf, warten auf
Walpurgisnacht
Christ der engel ist da
Christ der engel ist da
Noche de paz
Noche de amor
Todos acá por favor
mamá e hijo con antifaz
Disfrutando su noche de paz
Sueña un sueño imposible
Sueña un sueño imposible
Silent nighy, holy night
All is warm, all is bright
In the manger
See mother and child
When I see her
She drives me wild
Dream your heavenly dream
Dream your impossible dream
Silent night!
Silent night!
Silent night!

martes, 19 de diciembre de 2017

La fuerza de la crítica total



La regresión y el empeoramiento no se aceptan. Se viven, a lo sumo, con indignación o con rabia (...). Hay que tener la fuerza de la crítica total, del rechazo, de la denuncia desesperada e inútil.

El que acepta con realismo una transformación que es regresión y degradación no ama al que sufre esa regresión y degradación, o sea a las personas de carne y hueso que lo rodean.

En otras palabras: el deber de los intelectuales habría de consistir en desnudar todas las mentiras que a través de la prensa y sobre todo de la televisión inundan y ahogan ese cuerpo por lo demás inerte que es Italia.

Pier Paolo Pasolini, Cartas Luteranas


Ilustración: Carmen Cuervo

domingo, 17 de diciembre de 2017

Sueño rojo


Era un bebé tan pequeño que cabía sobre la palma de una mano de su madre. Pero creció un poco y ahora duerme acurrucado sobre su propio cuerpo.

Texto y dibujo: Carmen Cuervo

lunes, 11 de diciembre de 2017

La música también ama



David y Saúl, Rembrandt (c. 1650)

Durante el primer encuentro de Kierkegaard Buenos Aires, "Salud mental y envilecimiento de los lazos sociales en el neocapitalismo" el músico Cristian Bonomo se refirió al poder curativo que históricamente ejerció la música (ver informe y audio acá). A continuación, las referencias musicales de su intervención.

En el Antiguo Testamento:

David y Saúl:

Y cuando el espíritu malo de parte de Dios venía sobre Saúl, 
David tomaba el arpa y tocaba con su mano;
y Saúl tenía alivio y estaba mejor, y el espíritu malo se apartaba de él.

1 Samuel 16: 23 Reina-Valera 1960 (RVR1960)


Oliver Sacks

El neurólogo Oliver Sacks en el prefacio de su libro Musicofilia comienza:

"Qué curioso resulta ver a toda una especie –miles de millones de personas– interpretando y escuchando pautas tonales que carecen de significado, ocupando y dedicando gran parte de su tiempo a lo que denominan 'música'. Ésa fue, al menos, una de las cosas relacionadas con los seres humanos que desconcertaron a los seres alienígenos enormemente cerebrales, los Superseñores, en la novela de Arthur C. Clarke El fin de la infancia. La curiosidad los lleva a descender a la superficie de la Tierra para asistir a un concierto, que escuchan educadamente, y al final felicitan al compositor por su “tremenda inventiva”, aunque todo aquello sigue pareciéndoles absurdo. No entienden lo que les ocurre a los seres humanos cuando hacen o escuchan música, pues a ellos no les pasa nada. Ellos, como especie, carecen de música".


Orfeo

En la mitología griega, la historia de Orfeo refiere al poder de la música. En febrero de 1607 se estrena en Mantua la que es considerada la primera ópera en la historia de la música: L’Orfeo, de Claudio Monteverdi. En el Prólogo, se aparece ante los espectadores la mismísima Música:

La música

Desde mi amado Parnaso a vosotros vengo,
ínclitos héroes, noble sangre de reyes,
de quienes la Fama narra excelsas virtudes,
nunca lo suficientemente loadas como merecen.

Yo soy la Música, que con dulces acentos
sé apaciguar los turbados corazones,
de noble ira y de amor puedo
inflamar los espíritus más gélidos.

Al son de mi citara dorada
suelo adular los mortales oídos
y de esta guisa su sonora armonía
cual celestial lira el alma estimulo.

Más es de Orfeo de quien deseo hablaros,
de Orfeo, que hechizó las fieras con su canto
y persuadió al infierno con sus preces,
gloria inmortal de Pindo y Helicón.

Ahora, mientras alterno mis cantos alegres o
tristes, no se mueva pájaro alguno en la rama,
ningún rumor de ola suene en estas riberas
y que detenga su soplo la brisa.




Alrededor de 1686 en la ópera de cámara La descente d’Orphée aux enfers de Marc-Antoine Charpentier, las almas condenadas cantan ante la voz y la música de Orfeo.

Mientras dure en nosotros tan dulce recuerdo,
La felicidad del infierno dará celos al cielo.



Björk

Hace unos días fue editado el nuevo disco de Björk, Utopia; allí, en una de sus canciones se escucha:


La música también sana
y estoy aquí para defenderla.

domingo, 10 de diciembre de 2017

¿A qué le llamas amor?



Ella me dijo: ¿a qué le llamas amor?
Bueno, lo llamo Harry
Oh, por favor, seamos serios
¿a qué le llamas amor?

Bien, no me refiero a la familia ni al deseo
y, como bien sabemos, el matrimonio no es un deber
y al final supongo que es una cuestión de confianza
si tuviera que hacerlo, diría que el amor es tiempo.

Ella me dijo: ¿a qué le llamas amor?
¿no podrías ser más específico?
¿a qué le llamas amor?
¿es algo más que el jeroglífico del corazón?

Bien, para mí el tiempo no tiene sentido,
ni futuro ni pasado
y cuando amas, no tienes nada que pedir
nunca hay tiempo suficiente para retenerlo
el tiempo da vueltas.

El tiempo que da vueltas
eso es el amor
el tiempo que da vueltas
sí, el amor es eso.

Mi tiempo es el tuyo cuando amas
y es eso que nunca es suficiente
no lo puedes ver ni retener
es exactamente como el amor.

El tiempo que da vueltas
bien, tengo que tenerlo
tengo-tengo-tengo-que tenerlo.
el tiempo que da vueltas.

Lou Reed, Turning Time around


Ilustración: Carmen Cuervo

miércoles, 6 de diciembre de 2017

La verdad en riesgo

Audio del primer encuentro de Kierkegaard Buenos aires, clickeando acá


El sábado pasado, 2 de diciembre de 2017, Kierkegaard Buenos Aires hizo su primer encuentro público. La convocatoria superó nuestras expectativas iniciales. El tema que tratamos, tal como lo anunciamos en un post anterior, fue "Salud mental y envilecimiento social en el neocapitalismo", con una mesa integrada por Luis Sanfelippo (Doctor en Psicología, Psicoanalista, Historia de la Psicología, Cátedra I - UBA), Corina Setton (Licenciada en Psicología UBA, ex-coodinadora del Frente de Artistas del Borda) y Cristian Bonomo (músico, con experiencia en procesos de terapia multidisciplinaria). La conversación fue coordinada por Oscar Cuervo.

Elegimos empezar con este tema las actividades de Kierkegaard Buenos Aires. Queríamos entrar de lleno en una cuestión que es de incumbencia común a los que habitamos la ciudad, el país, el mundo, la época. Porque no pretendemos quedar instituidos como un grupo de especialistas en Kierkegaard, un autor danés del siglo xix, una sociedad de estudios académicos, una biblioteca o un club de adherentes a una doctrina fija y transmisible como un saber. Nuestra intervención quiere ser desde el vamos sobre la contemporaneidad, un problema clave en el pensamiento de Kierkegaard, y una preocupación que creemos que tiene que volver siempre a instalarse.

¿Por qué Kierkegaard? Puede funcionar como una contraseña para entendidos, como un nombre excéntrico y, por ese lado, hasta podría ser una barrera: ni siquiera en la UBA se lo lee con entusiasmo. Sin embargo, un grupo de nosotros lo venimos frecuentando desde hace unos años y encontramos en sus obras algunas cuestiones que nos interpelan:

- El problema de la verdad. Un asunto del que la política parece burlarse con ese engendro tan mentado de la "posverdad". La filosofía del siglo xx y lo que va del xxi parece dispuesta a abandonar la verdad tomando por otros atajos: como construcción social, como error útil al servicio de la vida, como ejército de metáforas, como un juego o una invención de la voluntad de poder, dejando la verdad en sentido duro en manos de las demostraciones de eficacia de la tecnociencia. Kierkegaard no vio lo que ha sucedido en los siglos xx y esta parte del xxi pero conoció la incipiente civilización de masas en la que hoy nos encontramos sumergidos como en una ciénaga de la que se nos hace difícil salir si no contamos con la verdad. La verdad está en riesgo.

- Kierkegaard, en un siglo en el que la Historia Universal empezó a ocupar un lugar central en las preocupaciones de la filosofía europea, señaló una dimensión que esa mirada universalista corre el riesgo de dejar afuera. La singularidad, entendida como existencia personal, no como mero individualismo que se retira a la privacidad, que se refugia del ajetreo exterior en el living burgués a ver un mundo virtual a través de una pantalla desde la que construimos un perfil simulado. La singularidad no es un concepto contemplativo ni una imagen proyectada sino una tarea: ¿que voy a hacer? ¿hay alguna tarea que me incumba a mí, algo que si yo no hago queda sin hacerse para siempre por nadie nunca?

Hay mucho más en Kierkegaard por lo que elegimos su nombre como cifra. Pero sucede que él más que nadie vio el peligro de encerrarse en una identidad, una desesperación de querer ser sí mismo frente a la anomia que propone la época. El fracturó su identidad en muchas posiciones, en diversas tonalidades. De un modo que iremos desplegando en este blog y en nuestras actividades, Kierkegaard nos permite pensar en abrirnos en el encuentro con los otros en lugar de encerrarnos en una posición fija. Esto merece ampliarse y será ampliado.

Kierkegaard Buenos Aires, por estas razones, no es un grupo de kierkegaardianos que busca nuevos adherentes a una doctrina. Kierkegaard es el nombre que le ponemos a algunas preguntas acuciantes que creemos preciso instalar entre nosotros, acá, en estas circunstancias, en Buenos Aires, es decir: donde habitamos. Porque el lugar que habitamos requiere ser pensado y porque el pensamiento no se estudia ni se contempla, sino que se habita.

Kierkegaard Buenos Aires será muchas cosas, cine, música, filosofía, literatura, debates, grupos de estudio, seminarios, tareas que iremos desplegando de a poco. A las que queremos invitarlos.

Clickeando acá pueden escuchar el audio de la primera parte del encuentro que tuvimos el sábado pasado. En los próximos días vamos a publicar el audio de los debates que se dieron en la segunda parte de ese mismo sábado. 


Ilustración: Carmen Cuervo

lunes, 4 de diciembre de 2017

El problema con la desconfianza

«El amor lo cree todo»; porque creerlo todo consiste precisamente en presuponer, aunque no se vea, sí, aun cuando se vea lo contrario, que el amor está, a pesar de todo, presente en el fondo, incluso tratándose de ese que extravió el camino, incluso de ese que se ha corrompido, incluso del que está lleno de odio. Precisamente es la desconfianza la que elimina los cimientos cuando presupone que el amor no está presente; por eso la desconfianza es incapaz de edificar. «El amor lo espera todo»; pero esperarlo todo consiste verdaderamente en presuponer, aunque no se vea, sí, aunque se vea lo contrario, que el amor está, a pesar de todo, presente en el fundamento y que no es posible que no haya de manifestarse, incluso tratándose del extraviado, el desencaminado, incluso del perdido.

Søren Kierkegaard, Las obras del amor


Ilustración: Carmen Cuervo

domingo, 3 de diciembre de 2017

Acá estoy

KIerkegaard, precursor de Kafka


por Oscar Cuervo *

En Temor y Temblor, dice Johannes de Silentio [pseudónimo de Kierkegaard]:

“Leemos en la Escritura: «Dios tentó a Abraham y le dijo: '¡Abraham, Abraham!'. El respondió: «Heme aquí»”. ¿Has hecho otro tanto tú, a quien se dirige mi discurso? ¿No has clamado a las montañas «¡ocultadme!» y a las rocas «¡sepultadme!» cuando viste llegar desde lejos los golpes de la suerte? O bien, si hubieras tenido más fortaleza, ¿no se habría adelantado tu pie con lentitud suma por la buena senda? ¿No habrías suspirado por los antiguos senderos? Y cuando el llamado resonó, ¿guardaste silencio o respondiste muy quedo, quizá con un susurro? Abraham no respondió así; con valor y júbilo, lleno de confianza y a plena voz exclamó: «Aquí estoy»” .

Notemos la irrupción del autor que de pronto gira la cámara y apunta al lector: “¿Has hecho otro tanto tú, a quien se dirige mi discurso?”. Esta irrupción hace aparecer al lector, lo concretiza, cuando hasta ese momento parecía estar oculto entre la multitud de posibles lectores abstractos. Mediante la apelación, el lector -en cada caso único- es iluminado con una haz de luz cruda. 

(Probablente Kafka se haya inspirado en este gesto para poner en escena el episodio "En la catedral", donde Joseph K es llamado por su propio nombre por el sacerdote en la catedral oscura y ya vacía, en El proceso -ver Kafka, lector de Kierkegaard).

Así como Dios llama a Abraham, en un reflejo especular, Johannes de Silentio llama a su lector. Si Abraham responde: “acá estoy”, si reconoce que es precisamente él y  nadie más que está siendo llamado por su nombre, ¿qué le cabe hacer al lector de Temor y temblor? ¿Sos capaz de hacerte cargo de responder a la voz que te habla a vos y contestar también “acá estoy”? Pero ¿existe acaso una voz que pueda llamarme de esta forma? Y si existiera, ¿sería yo capaz de escucharla, de darme a conocer cuando se me llama por mi nombre?

* Fragmento del post La repetición 4 (¿Final?), aparecido en el blog Un Largo.


Ilustración: Carmen Cuervo

sábado, 2 de diciembre de 2017

Escuchar una voz: Kafka, lector de Kierkegaard

Ilustración: Carmen Cuervo

La plaza de la catedral estaba solitaria. K recordó que ya en su infancia le había llamado la atención que todas las casas de esa pequeña plaza siempre tuvieran las cortinas cerradas. Con semejante clima, sin embargo, era comprensible. Tampoco parecía haber nadie adentro de la catedral. A nadie se le podía ocurrir visitarla un día así. K paseó por las dos naves laterales, sólo encontró a una anciana envuelta en un mantón y arrodillada ante una imagen de la Virgen María. Desde lejos, sin embargo, vio cómo un sacristán rengo desaparecía por una puerta. K había sido puntual, justo cuando entró tocaron las once. Pero el italiano todavía no había llegado. K volvió a la puerta principal, ahí se quedó un rato indeciso y al final dio una vuelta alrededor de la catedral bajo la lluvia, para ver si el italiano no lo estaba esperando en una puerta lateral. No lo encontró por ninguna parte. ¿Podría ser que el director hubiera entendido mal la hora? ¿Cómo se podía comprender bien a ese hombre? Fuera lo que fuese, K tenía que esperar como mínimo media hora. Como estaba  cansado, quiso sentarse. Volvió a entrar en la catedral y encontró en uno de los escalones un pedazo de tela que parecía de una alfombra, lo llevó con la punta del pie hasta un banco cercano, se envolvió bien en su abrigo, se subió el cuello y se sentó. 

Para distraerse abrió el folleto, lo hojeó un poco, pero tuvo que dejarlo porque se puso tan oscuro que, cuando miró para arriba, casi no pudo distinguir nada en la nave cercana. A lo lejos brillaba un gran triángulo de velas. K no podía decir con seguridad si lo había visto antes. Quizás las terminaban de encender. Los sacristanes son silenciosos, es un rasgo profesional, así que no se les nota. Cuando K se dio vuelta casualmente, vio, no muy lejos de donde estaba, cómo ardía un cirio grande y grueso, puesto en una columna. Por muy hermoso que fuera, era insuficiente para iluminar las imágenes que colgaban en las tinieblas de las capillas laterales; al contrario, ayudaba a acentuar esas tinieblas. Era al mismo tiempo razonable y descortés que el italiano no hubiera llegado. No se podría haber visto nada, se tendrían que haber limitado a buscar algunas imágenes con la linterna de K. Para ver qué es lo que había, K se acercó a una capilla lateral, subió un par de escalones hasta llegar a un baranda de mármol e, inclinado sobre ella, iluminó con la linterna el cuadro del altar. La luz titiló vacilante. Lo primero que K, más que ver, adivinó, fue un gran caballero con armadura, representado en uno de los extremos del cuadro. Se apoyaba en su espada, que mantenía firmemente sobre un suelo desnudo, a no ser por unas briznas de hierba acá y allá. El caballero parecía mirar con atención un incidente que tenía lugar ante él. Era asombroso que se mantuviera en esa posición y no se aproximara. Tal vez su misión consistía solamente en vigilar. K, que hacía tiempo que no contemplaba ningún cuadro, se quedó ante él un largo rato, aunque se veía obligado a parpadear continuamente, ya que no soportaba la luz verde de la linterna. 

Cuando entonces iluminó el resto del cuadro, pudo ver una de esas versiones habituales del entierro de Cristo; era un cuadro moderno. Se guardó la linterna y volvió a su lugar. Era inútil seguir esperando al italiano; afuera, sin embargo, debía de estar cayendo un chaparrón, y como adentro no hacía tanto frío como podría esperarse, decidió quedarse adentro. Cerca de él estaba el púlpito, debajo de un parlante pequeño y redondo había dos cruces doradas que se cruzaban en sus extremos. La parte exterior del balcón y el espacio que quedaba hasta una columna estaban adornados con hojas verdes esculpidas, sostenidas por querubines en sus manos, algunos con actitud vivaz, otros, reposada. 

K se acercó al púlpito y lo miró por todas partes, el grabado de la piedra estaba minuciosamente realizado, la profunda oscuridad que había entre los espacios vacíos del follaje pétreo y la que se extendía detrás de él parecía atrapada, como si estuviera retenida. K metió su mano en uno de esos espacios vacíos y palpó la piedra, nunca había ádvertido la existencia del púlpito. En ese momento notó casualmente que un sacristán estaba detrás de un banco cercano, vestido con una chaqueta negra arrugada, sosteniendo una cajita de tabaco y mirándolo. «¿Qué quiere ese hombre? ––pensó K––. ¿Acaso le parezco sospechoso? ¿O querrá una limosna?» Cuando el sacristán vio que K lo miraba, señaló con la mano derecha ––entre dos dedos aún sostenía un puñado de tabaco–– en una dirección incierta. Su gesto era inexplicable. K esperó un rato, pero el sacristán no dejó de señalarle algo con la mano e incluso llegó a acentuar su gesto con un movimiento de cabeza. «¿Qué querrá?» ––se preguntó K en voz baja. No se atrevía a gritar ahí adentro. Su reacción fue sacar su cartera y acercarse al hombre pero de pronto el hombre hizo un gesto de rechazo con la mano, alzó los hombros y se alejó rengueando. Con un paso semejante K había intentado imitar cuando era niño el trote de un caballo. «Un anciano senil ––pensó K––. Su inteligencia apenas le alcanza para ayudar en la Iglesia. Se para cuando yo me paro y acecha por si sigo andando». K siguió al anciano por toda la nave lateral hasta llegar al altar mayor. El anciano no paraba de señalarle algo, pero K no se volvía. Esos gestos sólo tenían la intención de apartarlo de él. Finalmente lo dejó, no quiso asustarlo, tampoco ahuyentarlo del todo, por si acaso venía el italiano. 

Cuando entró en la nave principal para buscar el lugar en el que había dejado el folleto, descubrió muy cerca de una columna casi pegada a los bancos del coro del altar un púlpito lateral sencillo y pequeño, hecho de piedra desnuda y blanca. Era tan chico que desde lejos parecía un hueco vacío, destinado a albergar una estatua. El sacerdote, seguramente, apenas si podría retroceder un paso desde el pretil. Además, el parlante, sin ningún adorno, estaba ubicado a una altura baja y se inclinaba tanto que un hombre de mediana estatura no podía permanecer recto en el interior del púlpito, sino que debía agacharse y apoyarse en la baranda. Parecía pensado especialmente para atormentar al sacerdote, era incomprensible para qué podía necesitarse ese púlpito, ya que estaba el otro, más grande y decorado con tanto primor. A K no le hubiera llamado la atención ese pequeño púlpito si no hubiera descubierto una lámpara fija en la parte superior, como las que se suelen poner poco antes de un sermón. ¿Se diría ahora un sermón? ¿En la iglesia vacía? 

K miró hacia la escalera que bordeando la columna llevaba al púlpito, tan estrecha que no parecía para uso humano, sino simplemente un adorno. Pero al pie del púlpito, K sonrió de asombro: se encontraba, efectivamente, un sacerdote. Apoyaba la mano en la baranda, preparado para subir y lo miraba a él. Entonces el sacerdote asintió levemente con la cabeza cuando K se persignó e inclinó, lo que debería haber hecho antes. El sacerdote tomó un poco de impulso y subió al púlpito con pasos cortos y rápidos. ¿Realmente iba a pronunciar un sermón? ¿Acaso el sacristán carecía de tanta sensatez que lo había querido llevar hasta el sacerdote, lo que, en vista de la iglesia vacía, era innecesario? Además, en alguna parte había una anciana ante la imagen de la Virgen María que también tendría que haberse acercado. Y, si se iba a pronunciar un sermón, ¿por qué no había sido precedido por el órgano, que permanecía en silencio y brillaba débilmente envuelto en las tinieblas? K pensó que le convenía alejarse rápido: o se decidía a hacerlo ahora o ya no tendría otra oportunidad, debería permanecer ahí durante todo el sermón; en la oficina había perdido tanto tiempo; ya no estaba obligado a esperar más al italiano. 

Miró su reloj, eran las once. Pero, ¿realmente se iba a pronunciar ese sermón? ¿Podía K representar a toda la comunidad de fieles? ¿Y si fuese un extranjero que sólo quisiera visitar la iglesia? Precisamente eso es lo que pasaba. Era absurdo pensar que se podía pronunciar un sermón, ahora, a las once de la mañana, en un día laborable y con un clima tan horrible. El sacerdote ––se trataba sin duda de un sacerdote, un hombre joven con el rostro liso y oscuro–– parecía subir a apagar la lámpara que alguien había encendido por error. Pero no fue así. El sacerdote, en realidad, revisó la luz, la ajustó y se dio vuelta lentamente hacia la baranda, apoyándose en las dos manos. Así siguió un rato y miró, sin mover la cabeza, a su alrededor. 

K había retrocedido un poco y se apoyaba con el codo en el banco de adelante. Con ojos inseguros, sin poder determinar exactamente el lugar, vio cómo el sacristán, algo encorvado, se ponía a descansar tranquilamente como si hubiera terminado su misión. ¡Qué silencio reinaba ahora en la catedral! Pero K tenía que romperlo, no quería quedarse ahí. Si era un deber del sacerdote predicar a una hora determinada sin consideración de las circunstancias, que lo hiciera, también podría cumplir su cometido en ausencia de K: su presencia tampoco ayudaría a mejorar el efecto. K se puso lentamente a caminar y fue tanteando el banco de puntillas. Llegó a la nave central y siguió sin que nadie lo parara. Sus pasos rápidos resonaban bajo las bóvedas con ritmo regular y progresivo. K, consciente de que el sacerdote podía estar observándolo, se sintió abandonado mientras caminaba solo entre los bancos vacíos. Las dimensiones de la catedral le parecían ahora rayar en los límites de lo soportable para un ser humano. 

Cuando llegó al lugar que había ocupado anteriormente, agarró el folleto sin detenerse. Apenas había dejado atrás el banco y se acercaba al espacio vacío que lo separaba de la salida, cuando escuchó por primera vez la voz del sacerdote. Era una voz poderosa y entrenada. ¡Cómo rebotó por la catedral, dispuesta a recibirla! Pero no era a la comunidad de fieles a quien llamaba. Su voz resonó clara, no había escapatoria alguna, exclamó:

––¡Josef K!

K se detuvo y miró al suelo. Aún tenía tiempo, podía seguir y escapar por una de las puertas de madera pequeñas y oscuras que no estaban lejos. Pero eso significaría o que no había entendido o que había entendido pero no quería hacerle caso al llamado. Si se daba vuelta, se tendría que quedar, porque habría admitido tácitamente que reconocía muy bien su nombre y quería obedecer. Si el sacerdote hubiese gritado de nuevo, K habría seguido su camino, pero como se hizo silencio volvió un poco la cabeza, porque quería ver qué hacía el sacerdote en ese momento. Se lo veía tranquilo en el púlpito, se podía advertir que había notado el giro de cabeza de K. Hubiera sido un juego infantil si K no se hubiese dado vuelta para nada. Así lo hizo y el sacerdote le hizo con una señal de la mano. Como ya todo era evidente, avanzó ––lo hizo en parte por curiosidad y en parte para tener la oportunidad de acortar su permanencia allí–– con pasos largos y ligeros hasta el púlpito. Se paró ante los bancos, pero al sacerdote le parecía que la distancia era todavía demasiado grande. Estiró la mano y señaló con el dedo índice un asiento al pie del púlpito. K siguió su indicación y, al sentarse, tuvo que mantener la cabeza inclinada hacia atrás para poder ver al sacerdote.

––Tú eres Josef K ––dijo el sacerdote, y apoyó una mano en el baranda con un movimiento incierto. 

––Sí ––dijo K. 

Pensó que en otras ocasiones había escuchado su nombre con entera libertad, pero ahora suponía una carga para él.


Franz Kafka, "En la catedral", El Proceso (fragmento)

viernes, 1 de diciembre de 2017

Los retrocesos

Un análisis crítico del proyecto para reglamentar la ley de salud mental
por Matías Laje * y Luis Sanfelippo **



Por estas razones no estamos de acuerdo con el Proyecto de una nueva Reglamentación a la Ley Nacional de Salud Mental 26.657 (LNSM) que, según es de público conocimiento, estaría en vías de ser sancionado por Decreto Presidencial:

1) Proyecto de decreto. 

¿Por qué evitar la discusión legislativa y decretar una reglamentación que contradice el espíritu de la LNSM? Sin haber consultado a los distintos actores interesados (organizaciones de derechos humanos, de profesionales, de usuarios, del derecho), el Gobierno nacional intenta anular de hecho los principales principios de una ley cuya promulgación fue precedida por muchas instancias de debate y aprobada por unanimidad. 

2) “La salud mental debe concebirse como un estado de bienestar en el cual el individuo es consciente de sus propias capacidades y con capacidad de hacer una contribución a su comunidad”. 

La LNSM entiende a “la salud mental como un proceso determinado por componentes históricos, socio-económicos, culturales, biológicos y psicológicos, cuya preservación y mejoramiento implica una dinámica de construcción social.” Es decir, la salud mental, aun cuando afecte a individuos, es el resultado de construcciones colectivas siempre dinámicas. La nueva reglamentación invierte esto, pues la concibe como un estado individual y exige al individuo contribuir a la sociedad. Además, resulta arbitrario y discrecional el criterio con el cual se puede considerar una “contribución a su comunidad”. Son criterios de productividad y no de salud los que están siendo tomados en cuenta. No es casualidad que está discusión se dé junto con   los intentos de flexibilizar los contratos de trabajo en contra de los derechos de los trabajadores.

3) “La Autoridad de Aplicación promoverá que las políticas públicas en materia asistencial respeten los siguientes principios: a) Cercanía de la atención al lugar donde vive la persona”. 

Mientras la Ley Nacional promueve la extensión de las prácticas asistenciales hacia la comunidad, la nueva reglamentación conduce a que las personas sean atendidas cerca de su lugar de residencia, no para promover el trabajo en territorio sino para cercenar la posibilidad de que personas de otros distritos sean atendidas. Se trata de una discusión de larga data y que es más amplia que la LNSM: ¿los que no viven en CABA se pueden atender en CABA? El punto clave es que el anexo dice “viven” y no “viven y trabajan”. Entonces los que trabajan en CABA y no viven en CABA, varios millones de personas, pierden el acceso a la salud pública en su lugar de trabajo donde pasan la mayor parte del tiempo, donde generan valor con su trabajo y por el cual tributan impuestos para servicios de los que quedarían excluidos. Así, se aplica sobre los trabajadores el mismo principio que sobre los residuos domésticos: se generan en CABA pero se tratan en Provincia.

4) “Los profesionales con título de grado están en igualdad de condiciones de acceder a cargos públicos y privados, siempre que las normas que regulan sus incumbencias abarquen las competencias del cargo al que se pretende acceder, a cuyos efectos deberá preverse que la designación a un cargo garantice que el facultativo aspirante detente el mayor grado de incumbencia en la salud en pos de beneficiar al paciente y usuario del sistema de salud”.

Hace tiempo ya que se quiere promover la idea de que un hospital tiene como primera función la de distribuir medicamentos, cuando en realidad su primera función es la de garantizar el derecho a la salud integral, donde los medicamentos son un medio importantísimo pero nunca un fin en sí mismo. Como el psicólogo, el trabajador social, el terapista ocupacional, etc. no pueden recetar medicamentos, se arma una trampa que ya se utilizó de hecho para negarle el cargo a jefatura a psicólogos que ganaron por concurso. La LNSM promueve prácticas interdisciplinaria y una genuina equidad de poder entre los profesionales que nunca llegó a aplicarse y a la que el Anexo vendría a darle “el tiro de gracia”.

5) “Deberá entenderse por “manicomios, neuropsiquiátricos o instituciones de internación monovalentes, públicos o privados”, a aquellas instituciones con formas de funcionamiento y características que conduzcan a prácticas obsoletas o inoperantes, estadías prolongadas injustificadamente y generen consecuencias de hospitalismo y anomia, poniendo en riesgo o vulnerando los derechos humanos de los pacientes.         

Se aceptará como parte de los “dispositivos alternativos” hospitales especializados en psiquiatriìa y salud mental, ya sean instituciones públicas o privadas”.    

Esto es claramente un abuso de los términos sin ningún sentido. Se pretende diferenciar los “manicomios” de los “hospitales especializados en psiquiatría y salud mental”. De esa manera, se busca legitimar el tratamiento de personas con padecimiento mental en lugares donde reina el reduccionismo médico biológico y la segregación del diferente. La Ley Nacional de Salud Mental, por el contrario, promueve la inserción de los usuarios en su contexto social y alienta las formas de tratamiento que dificulten menos el lazo con la comunidad. De esta manera, no se niega la posibilidad de internación en los casos de riesgo cierto e inminente (incluso en los casos de consumo problemáticos); tan solo se garantiza el respeto por sus derechos y el mantenimiento o la constitución de proyectos vitales que vuelvan a integrarlos socialmente. Es que, en el campo de la salud mental, la alta complejidad no reside en la hiperespecialización de los monovalentes u hospitales psiquiátricos. Allí, más bien, las prácticas tienden a ser bien simples: encierro y medicación. La alta complejidad se encuentra en aquellas formas de tratamiento que alojen la palabra de quien padece y que contribuyan a la constitución de redes que permitan la inserción del usuario de salud mental en la sociedad en la que vive. 

Por todas estas razones, rechazamos el proyecto de reforma de la reglamentación de la Ley 26.657, que ha ubicado a nuestro país entre aquellos que cuentan con las legislaciones más modernas en materia de salud mental y más respetuosas de los derechos humanos de sus usuarios. 

* Becario de Investigación UBACyT, Docente de Clínica de Adultos Cát. I (UBA) y miembro del Equipo de Urgencias del Hospital T. Álvarez y de la Escuela de los Foros del Campo Lacaniano.

** Profesor Adjunto de Historia de la Psicología Cat. I (UBA), psicólogo de planta del Hospital T. Alvarez, miembro de la Asociación Argentina de Salud Mental y de Científicos y Universitarios Autoconvocados.

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Mañana sábado 2 de diciembre a las 18:00 hs. inicia sus actividades Kierkegaard Buenos Aires, con un debate grupal sobre el tema Salud mental y envilecimiento social en el neocapitalismo en la que va a participar Luis Sanfelippo, uno de los autores de esta nota, aparecida originalmente ayer en la sección "Psicología" de Página 12.

Los otros participantes de la conversación son:

- Corina Setton, Licenciada en Psicología UBA, ex-coordinadora del Frente de Artistas del Borda 

- Cristian Bonomo, músico, con experiencia en procesos de terapia multidisciplinaria

- Coordina: Oscar Cuervo (Filosofía - UBA)

Lavalle 3121 - ENTRADA LIBRE Y GRATUITA