jueves, 10 de enero de 2019

La mula: Eastwood clásico y oficial


por Oscar Alberto Cuervo

Un camino largo y sinuoso: desde hace ya más de medio siglo Clint Eastwood se dedicó con aplicación y contorsiones a erigirse en el autor no de esta o aquella película -son muchas y de valor artístico irregular- sino de su propio ícono. Él comprende la función mitológica que tiene el cine en el nacimiento y la consolidación de su nación. Y quiere ocupar un lugar destacado en el panteón de los héroes de ese universo a cuya grandeza cree haber contribuido. 

Hombre de una nobleza indeleble que trasciende actos y contextos, de coraje y virilidad sin dobleces, galante con las damas, lacónico y conservador, último exponente de una especie a punto de extinguirse, esforzadamente clásico, individualista, libertarian consagrado al bien de su comunidad, asediada por la corrupción interior y exterior a la que tipos de su envergadura no van a ceder hasta su último aliento. Naturalmente, el tiempo pasa y el apuntalamiento tenaz de estos valores tiene que confrontarse no ya tan solo con la historia sino con su muerte personal. Todo esto se propone resolver La mula.

El corpus de su filmografía es dispar; sea porque los cimientos de esta erección se fundan en películas de otros autores: Sergio Leone y su brillante relectura modernista e itálica del western, que le permitió a Eastwood instalar su ícono del hombre sin nombre en la memoria bicontinental, ingresando al género cinematográfico "americano" por excelencia por una puerta lateral; o Don Siegel y su policía duro, Harry Callahan, el sucio, cuya tarea de preservación del orden colisionaba con el estado de derecho; sea porque como diseñador de su propia leyenda tuvo que ponerse a veces en el plano y en otras permanecer fuera de campo. 

Con un poco de misterio romántico y otro de filofascismo, Clint irrumpió en el cine en una época en la que los valores presuntamente nobles que cimentaron la grandeza de su nación estaban en crisis. Había que restaurarlos. Este problema político, el del mantenimiento de un orden natural acosado por las mutaciones de la historia, tenía que encontrar una forma cinematográfica adecuada. Eastwood, el flaco viril y lacónico de la pantalla, quiso ser como puestista en escena el último cineasta clásico. El tan mentado clasicismo de su cine no fue solo una opción estética, sino en primer lugar su respuesta política a la corrosión histórica. La afirmación terca de esos valores en caída siempre marcó la dirección tanto de la economía gestual del actor como de la voluntad del equilibrio estilístico, con frecuencia más programático que realizado. En el tardo-clasicismo de Eastwood es preciso dejar las cosas en orden en la pantalla, aunque en el mundo se estén agrietando.

Desde la crisis política, cultural y estética de los 60 y 70, cuando Clint aparecía como un residuo anacrónico del buen y viejo orden hasta los Estados Unidos gobernados por Donald Trump -apoyado por Eastwood en sus intervenciones públicas- corrió mucha agua bajo el puente. La mula es su última película y la primera en una década que lo repone en la pantalla.

SPOILER Eastwood encarna a Earl Stone -es decir, un tipo hecho de piedra estatuaria-, pequeño floricultor blanco cuya prosperidad sufre la distorsión de la economía de mercado, varón que muy en el fondo ama a sus mujeres -paciente esposa, hija enojada y nieta cariñosa-, a pesar de que durante su vida no quiso privarse de los goces viriles que lo apartaron del familiarismo al que tendrá que volver. 

Su simplificación tardo-clásica le sirve al narrador/personaje para pronunciarse incómodo en un mundo de lesbianas motoqueras, teléfonos celulares, internet y narcotraficantes en cuya omnipresencia parece condensarse el signo del desorden contemporáneo. Los celulares sirven para que un negro intente encontrar en google las instrucciones para cambiar la cubierta de un auto antes de ser auxiliado por Earl. Los narcos son, naturalmente, mexicanos. 

Es sabido que el amor familiar es el pilar de la sociedad reivindicada por Stone y por Eastwood. Y, didactismo clásico, si no se lo sabe lo suficiente, los diálogos de La mula se aseguran de remarcarlo. El viejo Stone se va a enredar en embrollos con estos narcos mexicanos, en gruesos estereotipos que ponen en vilo el anhelado clasicismo. Estas transgresiones lo pondrán en la mira de la DEA y a punto de faltar a sus obligaciones de caballero gentil. Pero el tipo sabrá zafar con elegancia y llegar a tiempo a poner cada cosa en su lugar. 

Como el tiempo personal se agota y la muerte se acerca, Stone/Eastwood tiene que acomodar su ícono añoso para la posteridad. La mula no ahorra momentos de un sentimentalismo meloso, que sus admiradores justificarán como clásico. Veterano de la guerra de Corea, va a terminar cultivando sus flores en la cárcel, como buen ciudadano que hizo todo lo que pudo por el cine y por la patria. 

Fuera de campo ya no están los demócratas. Afortunadamente gobierna Trump, que no es tan elegante como Eastwood pero va a detener a los narcos mexicanos. Clint es por el momento un cineasta oficial.

2 comentarios:

  1. Oscar, Ud. tiene una actitud negativa hacia Eastwood. Lo que hace Clint en esa película es mostrar a nuestros jubilados un camino válido para resolver sus acuciantes problemas.

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    1. Abel: lo sé incluso más Eatwoodiano que peronista, pero no le dé ideas a macri acerca del problema de los jubilados.

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