viernes, 5 de enero de 2018

¿Qué es la verdad, señor Nietzsche?


por Oscar Cuervo

La filosofía viene (o venía) preguntando desde hace 2500 años acerca de qué es la verdad. La filosofía no es primariamente un campo para definir conceptos sino para resaltar preguntas (ni siquiera inventarlas). No hay una sola manera de plantear la pregunta, ni siquiera de contestarla, pero la pregunta subsiste, aún cuando algunos filósofos quieran clausurar la pregunta mediante una fórmula sencilla e inconsistente. Eso es lo que creo que hace Nietzsche. Si la verdad es un error útil o un invento de determinada especie para acrecentar su poder, ¿cuál es la veracidad de esa caracterización de Nietzsche? ¿Lo que él dice es así (o sea: es verdadero)? Si no es veraz, ¿por qué tendríamos que aceptarlo?

Y si es veraz, ¿lo es en el sentido nietzscheano, o sea como invento suyo, o en un sentido diferente, una verdad no inventada por él sino que incluso se le resiste?

Entonces detrás de su concepto de verdad se esconde otro que no declara, según el cual lo que él dice ("la verdad es un invento de...") es verdadero en otro sentido del que él define como verdad. Cuando dice "la verdad es un invento de..." o "la verdad es un error útil..." ¿por qué tendríamos que tomar en cuenta un invento de Nietzsche? ¿Porque lo dijo él? ¿Porque nos resulta novedoso o agradable?

Y si lo que él dice es verdad en el sentido que él le adjudica, es decir, si es un error ¿por qué tenerlo  en cuenta? ¿Porque es útil? ¿Util para quién? ¿Para él? ¿O para los poderosos? Si es útil para los poderosos, ¿es útil para mí?¿Por qué no puedo inventar yo una definición de verdad que diga "la verdad es lo que sale en la tapa de Clarín" o cualquier otra que se me ocurra, como "la verdad es cuando mi perro me da la patita"? ¿La definición de verdad de Nietzsche es más verdadera que la mía porque es de Nietzsche? Eso sería caer en el principio de autoridad.

Para la ciencia, la verdad se suele postular como una adecuación entre los enunciados y los hechos. El enunciado "S es P" es verdadero si S es P. Incluso en esta concepción, no hay nada que otorgue a este enunciado un carácter universal y absoluto, como muchos postnietzscheanos confunden. Adecuación no implica en modo alguno universalidad y absoluto: son rasgos que diversas tradiciones filosóficas le fueron adosando, pero son independientes entre sí y no hay nada que obligue a que vayan juntos. La filosofía cuestiona esa concepción porque presenta muchos problemas, pero el fin último de la filosofía no es encontrar una definición mejor que la de la ciencia. La vocación de la filosofía no es definir la verdad, sino preguntar por ella. ¿Qué es la verdad? ¿Dónde, cómo aparece? ¿Y cuándo lo que aparece no llega a ser verdad? ¿O la verdad no existe y la pregunta es una pérdida de tiempo? Pero incluso para negar que la verdad exista habría que postular -y fundamentar- una noción de verdad que no sea una ocurrencia arbitraria y determinar algún procedimiento para negar su existencia. A menos que creamos que pensar es tener ocurrencias arbitrarias.

Por lo visto, en las discusiones habituales de las últimas décadas, lo que más cuesta no es estipular una distinción entre verdades absolutas, verdades relativas, verdades objetivas, verdades subjetivas, verdades epocales, verdades eternas, verdades en sentido fuerte, en sentido débil y en sentido mediano (¿habrá para la verdad también una ancha avenida del medio?). 

Se podría seguir infinitamente adosándole adjetivos a la palabra "verdad". Pero lo que cuesta entender es una cuestión anterior, más simple y por ende más difícil: 

¿Qué es la verdad? 

Entendamos bien: no se trata de adherir a alguna de las diversas respuestas que se dieron a esta pregunta a lo largo de la historia (Lo verdadero es la materia, lo verdadero es la Idea, lo verdadero es la sustancia, lo verdadero es la experiencia, lo verdadero es la representación, lo verdadero es la voluntad, la verdad no existe....) sino comprender la pregunta misma. Porque un requisito para responder algo es comprender lo que se está preguntando. 

La pregunta dice: ¿qué es la verdad? y no ¿cuál es la verdad? Es decir, no se responde con proposiciones del tipo "la verdad está dada por la experiencia" o "la verdad está dada por la fe" o "la verdad está dada por el poder" o "la verdad está dada por procesos sociohistóricos". Porque para sustentar cualquiera de esas proposiciones, parece que quien lo dice tiene en claro cómo reconocer lo verdadero y el ámbito en el que se lo puede buscar. Incluso eso es necesario si se responde, como Nietzsche: "La verdad es el error sin el cual no podría subsistir un ente de determinada especie" (implícitamente: el ser humano). Cualquiera que sea la respuesta, pensar qué es lo que otorga verdad a lo verdadero es un problema anterior. Aunque sea para negar que la verdad exista, tesis a la que se podría responder: ¿y cómo lo sabés? Porque la pregunta es tan simple que desorienta.

Lo que yo le objeto a Nietzsche no es que cuestione la concepción tradicional de la ciencia sino que promueva un terríble equívoco: que la verdad es lo que le conviene a los poderosos, que la verdad es un error, que hay que optar entre lo que él dictamina sobre la verdad o afirmar que la verdad es universal y absoluta. Este dilema impone una simplificación que tiende a confundir qué se pregunta. Y filosóficamente es más decisivo haber comprendido bien una pregunta antes de apresurarse a responderla.

No doy ningún concepción de verdad (los nietzscheanos reaccionan a estas preguntas suponiendo que defiendo la idea de una verdad universal y absoluta, o una idea platónica: hasta allí caló la autopropaganda de Nietzsche, un gran productor de tuits), sino que cuestiono la inconsistencia de la de Nietzsche y señalo que a partir de él, los postnietzscheanos tienden a abandonar el problema de la verdad en manos de la eficacia tecnológica. 

Pero la eficacia tecnológica no da verdades sino solo acrecienta el poder, lo cual hace que Nietzsche termine legitimando el reinado del poder ciego de la tecnología, la única encarnación palpable de su pregonada voluntad de poder.

2 comentarios:

  1. muy buena la nota. dos preguntas: ¿cuál es la relevancia de la tecnocracia en la legitimación de la verdad y por qué consideras que los postnietzscheanos abandonan ocuparse de la verdad por la eficacia tecnológica?

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    1. Los postnietzscheanos abandonan plantearse el problema de la verdad porque lo dan por respondido, como un invento, una creación humana, de la vida o de la voluntad de poder. La verdad es un error útil para subsistir. Es decir: la verdad ya no es problema. Esa conciliación con la superfluidad de la verdad es totalmente compatible con el actual dominio de la tecnociencia, para la cual el problema no es la verdad sino la eficacia. La ciencia ya no promete verdad sino resultados. Está completamente, económicamente, subordinada a la tecnología, que a la vez depende del complejo financiero, militar e industrial. ¿A qué poder le importa hoy la verdad? Que yo sepa a ninguno. Importa el desborde del poder que lleva, en la tecnocracia, a una carrera ciega por más poder? ¿Poder para qué? No importa. Lo que importa es poder más. Es la perfecta plasmación de la desmesura que Nietzsche le otorga a fines del siglo xix a la voluntad de poder, una voluntad del ente (al que de este modo antropomorfiza) no por conservarse sino por acrecentarse siempre más. Esa es la potencia dionisíaca del último Nietzsche, no ya la de las fiestas báquicas, sino la del despliegue de la voluntad que siempre quiere poder más, sin reconocer límite a esa avidez. No creo que haya otra definición más perfecta del poder que hoy impera en la tecnocracia neoliberal que ese desborde exaltado que propone Nietzsche una vez que la verdad ha muerto.

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