martes, 9 de enero de 2018

La nada misma estaba ahí


por Martin Heidegger

En nuestros afanes cotidianos estamos vinculados a veces a este ente, otras a aquel, como si viviéramos perdidos en este o aquel distrito de los entes. Pero, por muy dispersa que nos parezca la vida cotidiana, ella abarca, siempre, aunque sea como en una sombra, a la totalidad de lo que existe. Aun cuando no estemos de verdad ocupados con las cosas y con nosotros mismos —y sobre todo en ese momento—, esta totalidad nos sobrecoge, por ejemplo, en el verdadero aburrimiento. Este no es el que aparece cuando apenas nos aburre este libro o aquel espectáculo, esta ocupación o aquel ocio. El aburrimiento brota cuando “uno está aburrido”. El aburrimiento profundo va serpenteando por las grietas de la existencia como una silenciosa niebla y nivela todas las cosas, a las personas, y a uno mismo en una extraña indiferencia. Este aburrimiento nos hace aparecer todo lo que existe.

Otra posibilidad de semejante aparición ocurre durante la alegría por la presencia de la existencia de un ser querido.

Semejante temple, en el cual uno “se encuentra” de tal o cual manera, nos permite encontrarnos en medio de lo que es (el ente en total) y nos afina de acuerdo con ello. Este encontrarse, propio del temple, no sólo hace aparecer a la totalidad de lo que es, sino que lejos de ser un simple episodio, es el acontecimiento radical de nuestro existir.

Lo que llamamos “sentimiento” no son ni fugaces fenómenos que acompañan nuestra actitud pensante o nuestra voluntad, ni simples impulsos de esta voluntad, ni tampoco estados de ánimo simplemente presentes con los que nos disponemos de una u otra forma.

Sin embargo, cuando estos temples nos llevan así frente a la totalidad de lo que existe, nos ocultan, precisamente, la nada. (...)

¿Hay en la existencia humana un temple tal que nos coloque inmediatamente ante la nada misma?

Se trata de un acontecimiento posible, si bien raramente real: ese temperamento radical es la angustia.

No me refiero a esa inquietud muy frecuente que, en el fondo, no es sino un ingrediente del miedo en que tan fácilmente podemos caer. La angustia es algo radicalmente distinto del miedo. Tenemos miedo siempre de tal o cual ente determinado que nos amenaza por alguna razón. El miedo de algo es siempre miedo a algo. Como el miedo se caracteriza por ser un miedo de... o miedo a..., resulta que el temeroso queda sujeto a la circunstancia que lo atemoriza. Al tratar de escapar de eso, pierde la seguridad para todo lo demás, es decir, “pierde la cabeza”.

La angustia no permite que sobrevenga semejante confusión. Lejos de eso, se halla penetrada por una especial tranquilidad. La angustia no es por esto o por lo otro. Sin embargo, esta indeterminación del motivo por el que nos angustiamos y el objeto de la angustia no es solamente una ausencia de determinación, sino que es verdaderamente imposible que la angustia sea por algo determinado. Esto se hace notar en una conocida expresión.

Solemos decir que, en la angustia, “uno está desazonado”. ¿Qué quiere decir este “uno”? No podemos decir de dónde le viene a uno esta desazón. Nos encontramos así y nada más. Todas las cosas, tanto como nosotros mismos, se hunden en una indiferenciación. Pero no como si solo desaparecieran, sino como si se alejaran para volverse hacia nosotros. Este alejamiento de todo lo que es, que nos acosa en la angustia, nos oprime. No queda de dónde agarrarse. Lo único que queda, lo que nos sobrecoge al escapársenos lo que existe, es esta nada de nada.

 La angustia hace aparecer la nada.

Estamos suspendidos en la angustia. Más claro: la angustia nos deja suspendidos porque hace que se nos escape la totalidad de lo que es. Por esto sucede que nosotros mismos - estos seres humanos que somos—, ubicados en medio de lo que existe, nos escapamos de nosotros mismos. Por esto, en realidad, no somos “yo” ni “vos” los desazonados, sino que es uno el que se desazona. Sólo queda el puro existir en la conmoción de estar suspendido en donde no hay nada de qué agarrarse.

La angustia nos vela las palabras. Como todo lo que es se nos escapa, acosándonos la nada, enmudece en su presencia todo decir “es”. Si muchas veces en la desazón de la angustia tratamos de quebrar el hueco del silencio con palabras incoherentes, esto prueba la presencia de la nada.

Que la angustia descubre la nada lo confirma el ser humano mismo ni bien ella ha pasado. En la luminosa visión que emana del recuerdo vivo nos vemos forzados a declarar: aquello que me angustiaba y aquello por lo que estaba angustiado era, realmente, nada. Efectivamente, la nada misma, en cuanto tal, estaba ahí.


Martin Heidegger, ¿Qué es metafísica?
Traducción revisada por KBA
Ilustración: Carmen Cuervo

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