domingo, 4 de febrero de 2018

Amaciegamente


El prójimo es una determinación puramente espiritual. Al prójimo sólo se lo ve con los ojos cerrados o pasando por alto las diversidades. El ojo sensible siempre ve las diversidades y siempre mira a las diversidades. Por eso, la cordura terrena vocifera desde la mañana hasta la tarde: «¡Mira bien a quién amas!». ¡Ay!, si se debe amar de verdad al prójimo, entonces lo que vale es: sobre todo, no te andes con miramientos; pues sin duda tal prudencia, en orden a verificar el objeto, haría que jamás llegaras a ver al prójimo, ya que éste es cualquier ser humano, el primero el mejor, tomado completamente a ciegas. El poeta desprecia la ceguera vidente de la prudencia sabihonda, la cual enseña que hay que mirar bien a quién se ama. Él nos enseña que el amor nos vuelve ciegos; el amante, según la opinión del poeta, de una manera misteriosa e inexplicable, encontrará su objeto o se enamorará, y así se volverá ciego de amor, ciego para cualquier defecto, cualquier imperfección en el amado, ciego para todo lo que no sea este amado, aunque, con todo, no ciego para ver que este es el único en el mundo entero. Siendo así, la pasión amorosa vuelve ciego de seguro a un ser humano, pero además le vuelve un escrupuloso vidente para que no tome a ningún otro ser humano por ese único, con lo que le vuelve ciego respecto de ese amado, en la medida en que le enseña a hacer una diferencia enorme entre ese único y todos los demás seres humanos. Por el contrario, el amor al prójimo vuelve ciego a un ser humano en el sentido más profundo y más noble y más bienaventurado, de suerte que ame ciegamente a cada ser humano, tanto como el amante ama al amado.

S. Kierkegaard, Las obras del amor


Ilustración: Carmen Cuervo

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