domingo, 24 de febrero de 2019

La boya

Fernando Spiner (2019)



por Oscar Cuervo

En La boya de Fernando Spiner coexisten varias películas posibles ¿Por qué no? Su cualidad de ensayo poético artesanal trata esa indecisión formal como punto de interrogación sobre la unidad de la obra.

La boya se resiste al imperio de la unidad. Retrato de una comunidad atlántica cohesionada por la frecuentación de la poesía, film íntimo sobre un vínculo paterno filial no clausurado por la muerte o la distancia, historia de una amistad de Spiner con el poeta Aníbal Zaldívar, exploración de las posibilidades de una melancolía serena, en la que se encuentran el portento cósmico y la pequeña comunidad. La boya boya y se niega a optar.

Por sobre todas esas posibilidades, prevalece el encuentro con la majestad del mar, a cuya inmersión cinematográfica Spiner aplica toda su potencia expresiva. Nunca el cine se sumergió tan verdaderamente en el punto de vista del nadador.

martes, 19 de febrero de 2019

Propuestas para nuevas comedias independientes


Las comedias de jóvenes abúlicos todavía se pueden estirar: que un sábado a la noche vayan por los barrios leyendo a Cortázar, Arlt, Marechal, sin perder su cara de nada. Sería otro estimable retrato generacional donde el sustrato es la abulia. 

Otra variante para vivificar el género de jóvenes abúlicos: que vayan silbando la marcha peronista, la radical, la internacional. Esa creo que todavía no la hizo nadie. Creo que ni Rejtman ni Villegas los hicieron silbar. 

Ojo, me puedo equivocar.

lunes, 18 de febrero de 2019

El porvenir del socialismo


Mientras subía por las piernas de mi tío Merrill
él no me dejaba llegar hasta el fondo.
“Estas son las llaves de la ciudad” decía
colocando la mano en su abultada hilera de botones,
y cuando yo alcanzaba una de sus rodillas
me hacía rodar sobre la alfombra
cerrando sus robustas piernas de muchacho
para todo trabajo.

¿Comprendí entonces que me negaba
no la reservada flor masculina
por la fatal distancia de la sangre
sino el bravo secreto del amor entre varones?

Merrill acostumbraba ganarse el sustento
entregando toallas a la puerta de los baños.
Muchos pasaban sin siquiera un saludo
como si la toalla estuviera suspendida en el aire,
pero a veces alguno se detenía
y lo miraba fijamente a los ojos.
Entonces la toalla se convertía en un arcoiris
entre las manos de Merrill y el cuerpo del muchacho
y cuando éste se secaba dejando la puerta entreabierta
era un pedido angustioso y una promesa.

Para quitarme a Merrill del pensamiento
mis padres quisieron ofrecerme una diadema,
muchachos en flor que no eran mi tío.
Me enviaron a Vicker Maxim’s
para que los viera.

El ir y venir de los cepillos metálicos
sobre las plataformas destinadas al armado diurno
de los barcos que usaríamos en la próxima guerra
levantaban una maleza de acero rizado
y la presión y la tensión de su musculatura
en el esfuerzo de levantar la pala
hicieron que ningún otro fuera como Merrill:
alto y hermoso, alegre y valiente,
un señor Venus aceitando trapajos.

Y cuando años más tarde en un cine de la calle 42
fui a ver El acorazado Potemkim
todos los trabajadores me parecieron Merrill,
dioses barriobajeros con callos en las manos.
Sólo que entre las estrellitas de los yunques
yo veía una cinta que no estaba en la bobina:
cuerpos cansados en la lucha por sustraerse
a toda esa infantería de metales pesados
dominada por tan alegre carne
que cuando el rigor de los turnos se rendía
en la noche enorme de los bares de Sheffield,
pechos velludos se estrechaban unos contra otros
retorciéndose y perlándose
en estériles abrazos estremecedores.

Yo era muy joven entonces, muy pobrecita,
mi idea de virilidad eran sólo imágenes
de potencia acorralada en trajes victorianos
que la ropa de trabajo, en cambio,
dejaba adivinar mejor a una mirada virgen.

Lleven al socialismo
el trotar de Merrill tras los muchachos de los baños
que aunque sin vocación domiciliaria
a menudo estaban picados por las chinches
en la respiración común de las chozas de Leeds.

Lleven al socialismo las bicicletas de rayos azules,
los carteles pintados y las canciones
y la euforia gay por morir primero
para congelar el final de Hollywood
en la memoria débil de los pueblos.

Un día Merrill se fue a vivir a Millthorpe
con un “profeta del mañana”
que le leía la Biblia mientras él pinchaba tocino
en el fuego de la chimenea
y cuando escuchó que Cristo había pasado su última noche en Getsemani
Merrill preguntó: “¿Con quién?”.

En Millthorpe mujeres acaloradas por los mitines
se desabrochaban el primer botón de la blusa
para discutir sobre sindicalismo y cría de cerdos,
sobre cómo liberar el pie del calzado ordinario
a través de frescas sandalias artesanales
o si gardenias en los jarrones
riman con austeridad administrativa
cuando el socialismo es vida interior.

Una constelación de obreros manuales,
bellezas de garaje, operarios de las canteras,
facinerosos elegidos jocosamente
a través de los zapatones palurdos
que asomaban por las empalizadas de las letrinas
en los baños de la estación de ferrocarril,
afiladores de limas y choferes de grúa
jugaban en los salones guasos juegos de taller:
atarse, incendiarse los pies, empujarse desnudos a los jardines.
Muchos camaradas de lucha se encogían de hombros
cuando el amante de Merrill decía:
“El futuro se esconde en este cuarto”.

Y aquellos que se ponían guirnaldas en la cabeza
y bebían del mismo vaso en el cumpleaños de Whitman
no soportaban que un simple muchacho del servicio de mesas
pasara sin un respiro a ser ama de casa consciente
y que en Millthorpe leer fuera menos importante que barrer.

Nadie advirtió el acto de justicia
que Merrill inventó sin prédica alguna
cuando, abriéndose paso en el soplo del mañana,
arrastró un piano de cola hasta la cocina
decretando mudo que Mozart
es el derecho de todo trabajador doméstico
cuando se halla ocupado en la trituración de las verduras,
cosiendo el borde de un matambre
o simplemente esperando a que en el salón cese la filosofía.

Lleven al socialismo
el significado de la palabra “esposos”
a través de estos dos hombres que durante años
solían despertar juntos rodeados de pimpollos
(la jardinería comercial había sido sólo una idea),
el chistoso muchacho de Sheffield
cuyo único arte había sido
colocar un empapelado gótico
en el salón de los visitantes extranjeros
y un pañuelo de madrás a modo de tapete
para cubrir la jaula de la urraca,
y el aristócrata soñador
que deseaba la vida dual y todas sus criaturas
absueltas para siempre en el estado soltero
y desnudas al sol sobre las piedras de Millthorpe,
los dos cosiendo uno junto al otro sobre un huevo
y corriendo de vez en cuando las sillas
para estirar la luz de la ventana
al ritmo justiciero del piano en la cocina.

(de El honor de las damas, María Moreno)

lunes, 11 de febrero de 2019

Atenas


A Atenas (2019), la más reciente película estrenada por César González, puede pensársela en relaciones de tensión con diversos contextos: respecto del más bien abúlico cine de los autores jóvenes argentinos en los que es difícil encontrar huellas de las convulsiones sociales que atravesamos, o aunque sea huellas de su inquietud vital; en la larga agonía del cine de los 90 -parece mentira tener que hablar así, pero hace rato nadie oyó gritar al cine que alguna vez se celebró como una novedad inaudita y ahora se sospecha difunto; en el excitado morbo que despierta el universo de los "marginales", bajo la perspectiva que antes ha diseñado el periodismo policial; incluso en el contexto más amplio del cine como arte burgués para el entretenimiento y el adoctrinamiento de las masas populares; finalmente, en el desarrollo de la propia obra del autor que se mueve entre la poesía, la reflexión teórico política sobre la imagen cinematográfica y la realización de películas. En cualquiera de estos terrenos, Atenas prevalece.

Uno puede compartir el desaliento de un texto reciente de Nicolás Prividera ante la reiteración extenuante de los modos apáticos con los que Martín Rejtman inauguró el NCA hace más de un cuarto de siglo y que parte del establishment crítico y de programadores sigue promoviendo como "retrato generacional" de autores que van desde los 25 hasta los 50  años de una ya muy estirada adolescencia. El cine de los 90 parece haber nacido con la tara de un juvenilismo congelado, siempre obligado a declarar "somos nosotros, no tenemos ganas, pero tampoco es tan así". Cuando Rejtman hizo Rapado importó una retórica que provenía de un cineasta anciano que en los 70 había filmado con rabia El diablo, probablemente, como contraplano de una catástrofe de rango planetario. La importación que hizo Rejtman de esos jóvenes diabólicamente lánguidos a los años 90 argentinos se redujo a un solo lado, la apatía programática. Hace ya 42 años de El diablo, probablemente y 27 de Rapado. Puede decirse que el tiempo pasa y lo que ayer era amor se fue volviendo otro sentimiento.

¿Dónde en el cine nacional hay una huella de esta época? me preguntaba yo hace unos meses cuando me invitaron a hablar en el ENERC de "la imagen argentina". La respuesta es: Atenas. Esta película no habría sido posible sin la inquietud de su autor,  no meramente psicológica. Lo inquieto es el suelo que César pisa y piensa. Cada una de sus decisiones formales, un desafío para la crítica y para sus colegas, se apoya en esa inquietud que lo arroja a la creación artística y a poner una pica en un lugar que no estaba aguardándolo. César viene de la villa y del riesgo vital extremo, lo cual podría limitarse a nutrir su anecdotario pero también revela una evidencia: el cine nació burgués y últimamente, cuando mucho, gracias a las mutaciones tecnológicas, pudo volverse pequeño burgués. Ya es hora de que exista un cine que mire el mundo desde otra clase. ¿Un cine de clases? podría preguntar alguien que cree que solo la suya está en condiciones naturales de hacerlo. El problema de la procedencia social no es externo al carácter de la imagen ni a las soluciones estilísticas.

Si por un lado Atenas anuncia que hay vida después de la muerte del cine de los 90, por el otro González se propone discutir formalmente con la criminalización espectacular de la villa que hacen los noticieros y las series. 

Porque él le dio muchas vueltas al problema de la territorialidad del cine, decide que su película se titule Atenas, es decir, con  el antiguo nombre de la polis en la que un cuidado de sí no era posible si no se practicaba en relación con los otros. El título, entonces, elige una tradición histórica que se remonta muy atrás, no la que se inaugura con la apatía neoliberal ni con el sensacionalismo de la tevé lumpen. 

De la antigua Atenas la película de César retoma la socialidad personal y política, el existir volcado hacia afuera y con los otros como posibilidad vital. Por suerte, esa procedencia no lo obliga a optar por una estructura aristotélica de principio, desarrollo y conclusión, con catarsis y enseñanza incorporados. Lo único que faltaría para un cine villero es meterse en el cepo del clasicismo. 

Primero: González muestra que el registro real de la villa no es el del que llega a filmar imágenes de alto impacto y pasa como un turista o un publicista. Hay una experiencia intransferible, que solo puede verse y escucharse desde los que viven ahí. Segundo: agrega que esa diferencia de la mirada, capaz de poetizar sin estetizar, no lo obliga a un realismo homogéneo. Las panorámicas de las calles de la villa a cielo abierto cruzado por el cablerío, las callecitas sinuosas recorridas por los perros, las edificaciones rudimentarias y hasta la perspectiva desde el auto de los canas alcanzan la sobria belleza cuando no especulan con la estética. 

Pero el elemento realista de Atenas se ve interferido por inserciones de la interioridad de los personajes, con acercamientos que rompen con la continuidad temporal y con la cadencia normal de los movimientos e interrumpen el registro del sonido ambiente, por otra parte riquísimo, para sumergirse en un audio expresionista. En tercer lugar: González toma la decisión de tratar con un estilo diferente a los personajes burgueses: asistentes sociales, empleadores que pagan en negro, explotadores, aparecen como deliberados estereotipos que les devuelven a la mirada pequeñoburguesa el hábito de estereotipar al villero.

En Atenas César González también encara el problema de la estructura narrativa a la medida de su diferencia de punto de vista. Si bien Perse es la clara protagonista sobre la que el relato se organiza, su movimiento al salir de la cárcel e intentar reinsertarse en la realidad hostil de la Argentina actual es zigzagueante y la va cruzando con una pluralidad de personajes con los que establece diversos vínculos: de cooperación, de sumisión, de hostilidad, de simpatía o de resistencia. Es decisivo que el autor haya elegido a una chica que sale de la cárcel después de un robo a mano armada, tanto como que esa elección no opte por esencializarla como delincuente ni como una buena salvaje, ni siquiera como una víctima. Por eso, el plano final, abierto en más de un sentido, evidencia hasta qué punto cada paso que la película dio estuvo luchando contra las diversas trampas que las convenciones del cine tienden.

viernes, 8 de febrero de 2019

-Hace mucho que no te veo en el cine. -Es que tengo Netflix.


- Vivo en Rufino, -dice Benito Zanet- en la provincia de Santa Fe, 20 mil habitantes. Formo parte de la cooperativa "Amigos de la cultura ", que gestiona un cine cuyo sala es municipal. Nosotros tramitamos para convertirla en Espacio Inca. Hace ya cuatro años y medio que estamos proyectando cine tres veces por semana, viernes, sábado y domingo, tres funciones: a las 18 hs una programación para los mas pequeños, abuelos incluidos; a las 20:30 cine nacional o latinoamericano, y 23:30 películas de acción o terror para mayores o adolescentes, tan proclives al cine de terror. Tenemos equipos de última generación en materia de proyección, con 3D incluido. Estamos cobrando igual que el pasado año: 90 pesos las películas en 2D, 50 pesos las nacionales o latinoamericanas que nos vienen programadas por el Espacio INCAA y 120 pesos las películas en 3D. 

Empezamos muy bien, con llenos totales (330 butacas ), pero lentamente fue decayendo. De las películas nacionales a veces solo podemos dar una función y las otras dos secciones se suspenden a veces por falta de publico. Las más comerciales están trabajando con muy poco público. 

En Rufino nos conocemos todos, nos vemos en las calles, en los clubes. A veces pregunto: "Che, qué pasa, hace mucho que no te veo en el cine". La repuesta es: "tengo Netfix", "tengo Netflix", "tengo Netflix", o "Pelispedia" o "Cine.Ar". 

Bueno, estamos perdiendo todas las batallas, pero estamos perdiendo la más importante, la batalla cultural. Y lamentablemente la gente no percibe la forma en que se los va moldeando y convirtiendo en una recua humana- termina Benito.

jueves, 7 de febrero de 2019

El cine y el infierno del living




Algunos reivindican las plataformas "cinematográficas" online como compensación por la restricción de la oferta de películas en las salas de su ciudad: "en mi ciudad no se estrenan muchas películas (o ninguna), así que no me queda otra que suscribirme a Netflix, Mubi, etc" (según el paladar cinéfilo del usuario).

Ese "no me queda otra", en Bs As, en La Plata, Calamuchita o cualquier otro lado, es el nudo del problema. No es una fatalidad geográfica, es un diseño social. Netflix es solo su expresión más acabada. El problema no es tanto la falta de amplitud de su catálogo (que tiene su importancia, pero las carteleras comerciales también restringieron la variedad de películas de manera drástica) sino la destrucción de una práctica: salir, ir al cine, ver con muchos otros, ingresar al espacio y al tiempo que rompen con la cotidianidad y te llevan a otra dimensión, reir juntos, aplaudir, recorrer la inmensa pantalla con la mirada, no poder interrumpir la película para recibir el delivery, no permitir introducir los pequeños movimientos profanos que traban la visión de la película: experiencia absolutamente intransferible en los dispositivos hogareños. Que en La Plata no se estrenen las películas, que hayas pocas salas y se vea siempre lo mismo, no es un déficit de La Plata, sino parte del diseño de la vida que ocurre en todas las ciudades, incluso Bs As, que consiste en recluirte en el infierno centrípeto de tu living.

miércoles, 6 de febrero de 2019

Netflix, el living y las calles inseguras


Alguien dice que cuestionar el proyecto Netflix es una posición elitista, como si Netflix fuera LO popular e ir a las salas una cosa de elites. El problema Netflix no se vincula con el elitismo, de hecho el pueblo no tiene guita ni para pagar Netflix. El cine supo ser el espectáculo popular por excelencia. Lo pernicioso de Netflix es que se impone como un sucedáneo neoliberal del cine, va acaparando por prepotencia tecnológica los lugares que el cine solía habitar, con la condescendencia de la clase social que se ha recluido en su living a ver el mundo por una pantalla plana.

No digo que el peligro de extinción de la experiencia cinematográfica haya empezado con Netflix, pero Netflix está intentando echarle unas paladas de tierra. 

La experiencia cinematográfica, sin embargo, no está perdida, a pesar de que se hace un gran esfuerzo para que suceda. También contribuye ese usuario que se sumerge el finde a ver horas y horas de Netflix, porque es más cómodo que salir a la calle (¡que está tan insegura!) y ciertamente mucho más cómodo que estar en el living familiar o en el dormitorio conyugal SIN Netflix y sin saber qué carajo decir. (Lucrecia Martel dice que imagina esos dormitorios conyugales con los dos viendo temporadas completas en un día para no tener que hablarse). Es interesante pensar todo lo que Netflix como dispositivo ocluye. 

Quizás tengas la edad suficiente para haber conocido  los grandes cines, Palacios Plebeyos los llamó Cozarinsky, los cines de barrio que ahora son iglesias universales del reino de dios... Bueno, no creo que todo eso se haya perdido por la mano invisible del mercado, sino que el guión de la vida postmoderna borró ese tipo de socialidad. Y hoy para un público clasemediero es preferible quedarse viendo la cuarta temporada de Garchix, elegida en la góndola Netflix de acuerdo a un algoritmo que ya te sacó la ficha y te hace pensar que elegís. Llamás al delivery y pedís una docena de empanadas. Bueno, ahí ya no hay pueblo.

Ojo: no es el pueblo que falta, giles. Es que está en otra parte.

Pero ni aún así el cine se ha perdido. Varias veces al año aparecen geniales películas que solo pueden apreciarse en las salas. Es cierto, a veces la entrada sale cara, pero eso no es un fenómeno natural, igual que el tarro de pochoclos que te ofrecen a la entrada de los multipantallas. Todo está diseñado.

¿Quieren comprobar que el cine como espectáculo popular no se perdió? Vayan a ver Sueño FlorianopolisEl silencio es un cuerpo que cae al Gaumont, la platea colmada de habitués de esa sala, que no van a los shoppings porque no les alcanza para la entrada, saben que una película no se ve por el celular y van ahí a Congreso a ver qué película dan. Ahí está cine. Es cierto: es una excepción, pero existe, las personas que llenan la sala son carne y hueso, no usuarios, no seguidores, y las películas son películas en la pantalla inmensa. A veces en el Gaumont se corta la refrigeración o no hay suficiente personal para probar el foco de cada función. Pero eso no es un problema del cine sino de macri, es decir: Netflix.

Así que no hay que dar por muerta esa experiencia ni la posibilidad de que las políticas de estado la haga florecer.

lunes, 4 de febrero de 2019

Roma 2


Hay dos problemas básicos en Roma : la película no está bien filmada sino bien fotografiada, que no es lo mismo: bonita como un objeto decorativo, es decir: no puede llegar nunca a ser hermosa. Fríamente calculada para terminar diciendo ¡qué buena fotografía!, lo cual es un síntoma de que la fotografía va por delante de la película. El ejemplo más claro: el plano final con el brillito de sol colándose en en abrazo entre la sirvienta y los patrones burgueses, para edulcorar los buenos sentimientos. Dos: su humanismo burgués legitima la opresión de la sirvienta. Ejemplo: el mismo plano final, el abrazo, el sentimentalismo conciliador. El éxito de la película es el marketing de Netflix, que hace que todos hablen de ella. No es verdad que no se hagan hoy grandes películas. Es que el neoliberalismo te deja con el culo aplastado sobre el sillón de tu living.