A cierta altura, un escritor debe conocer los trucos para no caer en la trampa de explicar o poner cosas de más. Llega un momento en que uno es el crítico indicado de lo que está haciendo, si no, es un boludo. Entonces uno explica lo que quiere demostrar en el poema, como un teorema, en lugar de jugarse a la sugestión, en lugar de dejar una invitación abierta. Estoy pensando en Valéry, en su vacilación entre sonido y sentido. También hay que tener en cuenta que cuando la cosa está bien dicha, bien dicha está, pero está cerrada en un significado y hay una precisión absoluta. Está el otro modo que lo puede practicar el mismo escritor que es sugerir, y entonces queda abierto, una palabra que no dice del todo o que dice sin decir. "¿Usted qué quiso decir?" "No sé, quise decir el poema." Cuando a Borges le preguntaron lo mismo contestó que no era a él a quien tenían que preguntarle eso, sino que había que buscarlo en los estantes de los libros escritos para interpretar su obra, él simplemente la había escrito...
Leónidas Lamborghini, Mescolanza, 1
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