por Oscar Cuervo
Mulholland Drive es un film cuya visión me comprime y me arrebata. Lynch apela a elementos del cine de género: suspenso, noir, terror, thriller, melodrama. Hay rubias que parecen inocentes y morochas fatales. Hay celos, infidelidad, despecho, uno o varios asesinatos por encargo. Objetos que funcionan como indicios, que guían la pesquisa, senderos que no conducen a ninguna parte: un par de llaves, un cenicero, una caja azul de contenido misterioso, tazas de café. Lynch no apela a estos indicios para tranquilizar al espectador diciéndole "mirá que solo se trata de un film de genero" o "disculpame los lugares comunes, la rutina, la falta de rigor, después de todo es un film de género" -como podrían disculparse las ñoñerías del nonagenario Eastwood. No: Lynch altera la función interna del melo, elsuspenso, el thriller, el musical, el mcguffin, las rubias y morochas, los indicios, hasta empujarme hacia una zona oscura, morbosa y renuente a las palabras. Oscura y húmeda como un beso de lengua.
Cine y palabras: ¿hasta qué punto el cine puede traducirse al discurso verbal? Hay un temblor en la mirada, brillo en los labios, sombras en la habitación, rayos de luz, tersura de la piel inefables, inenarrables. Lynch socava el fundamento del espectador acostumbrado a "leer" un vocabulario visual.
Mulholland Drive pone en vilo el deseo infantil de que nos cuenten un cuento. Lynch va venciendo las vallas de la conciencia con la musicalidad envolvente de Angelo Badalamenti, el silencio, los timbres, el grano de la voz de Rebeka del Río, la demora enrarecida, todo amenaza. La belleza como el comienzo del horror que somos capaces de soportar, el cuerpo encorvado de ¿Diane? ¿Betty?, dormida, soñando, mórbida y putrefacta.
¿Qué se siente en el club Silencio? La voz arrebatadora de Rebeka de Río que sigue cantando "Crying" incluso muerta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario