por Andrés Albertsen
Ilustración: Carmen Cuervo
Uno de los principales aportes de Søren Kierkegaard a la tradición luterana (y cristiana en general) es que para él pecado no sólo es el amor egoísta a sí mismo, sino también la falta de amor propio. Amarnos a nosotros/as mismos/as del modo recto es para Kierkegaard algo que tenemos que aprender. Vean el siguiente párrafo de Las obras del amor:
"Quienquiera que conozca un poco a los seres humanos admitirá sin duda que, igual que con frecuencia ha deseado poder moverles a que renunciaran al amor de sí, también con frecuencia ha deseado que fuera posible enseñarles a amarse a sí mismos. Cuando el atareado derrocha su tiempo y sus fuerzas al servicio de actividades vanas e insignificantes, ¿acaso no será porque no ha aprendido a amarse rectamente a sí mismo? Cuando el frívolo se entrega, casi como si él fuera una nulidad, a los juegos embaucadores del momento, ¿acaso no será porque no tiene ni idea de lo que es amarse rectamente a sí mismo? Cuando el melancólico desea deshacerse de la vida, e incluso de sí mismo, ¿acaso no será porque no quiere aprender a amarse a sí mismo de una manera rigurosa y seria? Cuando un ser humano, porque el mundo u otro ser humano deslealmente le ha traicionado, se abandona a la desesperación, ¿no será su culpa (desde luego que de su sufrimiento inocente no estamos hablando ahora) sino la de no amarse a sí mismo de un modo recto? Cuando un ser humano, atosigado por sí mismo, cree prestar un servicio a Dios martirizándose, ¿cuál será su pecado sino el de no querer amarse rectamente a sí mismo? ¡Ay! , y cuando un ser humano osa ponerse la mano encima, ¿acaso no será su pecado amarse con rectitud a sí mismo en el sentido de que un ser humano ha de amarse?" (Página 42 en Las obras del amor, Sígueme, 2006).
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