Algunos reivindican las plataformas "cinematográficas" online como compensación por la restricción de la oferta de películas en las salas de su ciudad: "en mi ciudad no se estrenan muchas películas (o ninguna), así que no me queda otra que suscribirme a Netflix, Mubi, etc" (según el paladar cinéfilo del usuario).
Ese "no me queda otra", en Bs As, en La Plata, Calamuchita o cualquier otro lado, es el nudo del problema. No es una fatalidad geográfica, es un diseño social. Netflix es solo su expresión más acabada. El problema no es tanto la falta de amplitud de su catálogo (que tiene su importancia, pero las carteleras comerciales también restringieron la variedad de películas de manera drástica) sino la destrucción de una práctica: salir, ir al cine, ver con muchos otros, ingresar al espacio y al tiempo que rompen con la cotidianidad y te llevan a otra dimensión, reir juntos, aplaudir, recorrer la inmensa pantalla con la mirada, no poder interrumpir la película para recibir el delivery, no permitir introducir los pequeños movimientos profanos que traban la visión de la película: experiencia absolutamente intransferible en los dispositivos hogareños. Que en La Plata no se estrenen las películas, que hayas pocas salas y se vea siempre lo mismo, no es un déficit de La Plata, sino parte del diseño de la vida que ocurre en todas las ciudades, incluso Bs As, que consiste en recluirte en el infierno centrípeto de tu living.
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