miércoles, 2 de enero de 2019

Trilogía del Lago Helado




de lo mejor de 2018

Trilogía del Lago Helado

(Gustavo Fontán)

Nunca como antes ahora el cine, de cuya invención acaban de cumplirse 120 años según las efemérides instituidas, está viendo su ser acosado por la técnología. El registro digital, la nitidez filosa, la ingeniería de la postproducción, una especie de realismo indexado cuya accesibilidad desrealiza la fragilidad de la percepción, la circulación vía streaming, los drones, la dramaturgia algorítmica y el simulacro de interactividad están a punto de consumar la voluntad postmoderna de la muerte del autor por la vía del imperio de la técnología. Hablar de autores comporta el riesgo de volvernos anacrónicos. Sea. Pero habría que pensar de qué otro modo que no fuera a través de autores que asumen su singularidad el cine puede pensar su propia mutación, porque la técnica no piensa (leí hace horas esta verdad en un texto de Roger Koza que seguro tenía a Heidegger in mente).
Olviden el párrafo anterior hasta reducirlo a lo esencial. Sin autores, ¿cómo podría el cine pensar su mutación?



Es un lugar común peligrosamente no advertido confundir la técnología con la forma. (Hace poco una revista de cine las confundía todo el tiempo). Pero hace dos mil quinientos años se sabía que la técnica no era la forma, aunque ahora se te olvide.
Acaso no se trate de olvido, sino que la imposición de la tecnología connmine hoy a obstaculizar cualquier intento de pensar qué es ser cine.
Nadie está obligado a pensar qué es el cine, lo que llama la atención es cómo la crítica de derecha lleva su mano al cinto cada vez que alguien intenta pensarlo.



Como una ráfaga de aire entre el predominio de los ceros y los unos y los arranques de odio de los enemigos del pensamiento se cuela la tarea de los autores. Mientras haya ellos al menos habrá posibilidad de que el cine piense su tránsito, su transe y su trance.
Gustavo Fontán en la Trilogía del Lago Helado (Sol en un patio vacío, Lluvias, El estanque) se vale de ciertas fragilidades de la técnica (no de sus facilidades) para reintegrar el trance del cine a experiencias de las zonas periféricas de la conciencia. No sé si se acuerdan, pero el cine nació casi al mismo tiempo en que se destituía a la conciencia del centro de la experiencia humana. Eso ni por las tapas quiere decir que el cine de Fontán sea psicoanalítico. La periferia de la conciencia es muy importante para dejarla solo en manos de los psicoanalistas.
La Trilogía del Lago Helado surge de un aparejamiento entre la literatura de Gloria Peirano, su sonambulismo, y la posibilidad de que cierta fragilidad de la técnica nos recuerde -porque es algo que todas las noches experienciamos- la periferia de nuestra vida consciente. 



No se trata de un cine desentendido del relato, una visión preverbal o el acopio de imágenes al tuntún. Ni de la rapsodia de impresiones sin concepto a la que la filosofía moderna tanto inquietaba. Fontán filma hoy con toda la tradición de 120 años de cine impulsándolo hacia un futuro posible. ¿Por qué desechar tantos caminos para quedarse con uno solo ya instituido?
Pueden volver a olvidarse de todos los párrafos anteriores y retener solo esto: La Trilogía del Lago Helado se atraviesa como un trance. O mejor dicho como tres trances. 
Como espectadores nos invita a funcionar de un modo diferente, que no es el de un niño al que se le cuenta un cuento antes de dormirse, sino quizá el del niño que se queda mirando el misterio de una ventana, de los espejos curvados, del mundo que cabe en una gota de lluvia, el paisaje disuelto en lluvia. La imagen acuosa, ondulante, figuras, eventos posibles que se vislumbran detrás de vidrios esmerilados, entre sombras, imágenes descentradas de las leyes seculares de la composición del cuadro. Como recorrido ocular sin dirección calculada, como percepción sonámbula, como extrañamiento del lugar en el tránsito de una mudanza. Como entregarse absorto al rumor del mundo. ¿Por qué desechar tantos caminos para quedarse con uno solo ya instituido?
No es cine experimental. No es cine intelectual: esas etiquetas son rebusques para vagos que rehúsan el pensamiento. O que oponen como buenos chambones el pensar al sentir. ¿Por qué desechar tantos caminos para quedarse con uno solo ya instituido?



En el trabajo de Fontán, con los modos frágiles de la técnica digital, como hizo antes con la combinación del celuloide y el digital, hay un retorno a la artesanía, no como primitivismo, sino como gesto político y poético, contra la imposición de cierta forma hegemónica de la tecnología, para asumir una libertad propia del hacer.
Olvídense si quieren de todos los párrafos anteriores. (Si llegaron hasta acá: este texto no ha sido hecho para vagonetas):
Trilogía del Lago Helado de Gustavo Fontán  (Sol en un patio vacío, Lluvias, El estanque) es muy hermosa.

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