domingo, 3 de octubre de 2021

La ley del deseo / La voz humana

Almodóvar y la máquina de narrar



por Oscar Cuervo

Hoy por streaming volvemos a las primeras películas de Almodóvar. Hace pocos meses se conoció su mediometraje La voz humana, con Tilda Swinton, basado en la obra teatral de Jean Cocteau que ya había sido filmada por Rosellini (uno de dos episodios de L' amore, 1948), actuada con patetismo sin humor por Magnani: una desgarrada conversación telefónica con el amante que la abandona, la sumisión agresiva de la abandonada. La versión de Almodóvar es tan distante como pueda de su antecedente fílmico, una ruptura amorosa por bluetooth que deja a la vista el artificio de tanta pasión.


Ahora en streaming también podemos ver la mejor película del joven Almodóvar, a la altura de las mejores de su obra: La ley del deseo (1987). Volver a verla es curioso por varios motivos: el protagonista (Eusebio Poncela) es un cineasta-guionista -es decir, alguien muy parecido a Almodóvar- que está preparando justamente una puesta teatral de La voz humana, aquí protagonizada por Carmen Maura (hermana transexual de Poncela): más pasional que Swinton, no tanto como Magnani. En La ley del deseo se esbozan varios microrelatos que Almodóvar convertiría más adelante en largos (la violenta La piel que habito, la disparatada Mujeres al borde de un ataque de nervios, la fallida La mala educación y la perfecta Dolor y gloria). Simétricamente, Dolor y gloria es una vuelta madura al fuego -o las cenizas- de La ley del deseo. Su serena melancolía proviene del desencanto existencial de un cineasta ya no joven que perfeccionó su melancolía y su destreza estética -otro director-guionista que se parece mucho al Almodóvar actual -ver acá-.


La revisión de su obra a lo largo de cuatro décadas invita a repensar el lugar de Almodóvar en esta época de tránsito entre los '80 y la actual mutación del cine: el fin del cine tal como lo conocimos y la proliferación de otra cosa también llamada cine. Cómo Tarantino, el plano almodovariano es el gozoso dispendio de una herencia que se sabe destinada a morir, con amor a su finitud. Almodóvar como Tarantino pusieron en sus películas en marcha la apoteosis de la narración exhuberante. No se limitan a contar un cuento sino todos los cuentos posibles. Nunca fueron clásicos, porque su incontinencia estética los empujaba a desequilibrar. Tarantino y Almodóvar extreman su potencia ficcional, al asumir una tradición que llevan hasta sus límites: narrar hasta que duela. Son máquinas de narración incesantes, feroces y felices.


Volver a ver hoy La ley del deseo permite resaltar su singularidad estética: su aproximación al melodrama no es neoclásica ni paródica. El autor cree profundamente en la pasión desatada de sus criaturas y a la vez percibe la comicidad potencial de su retórica. El humor en él no va en desmedro de la emoción. El final vibrante de La ley del deseo, con la pareja de Poncela y Banderas amándose por última vez, mientras abajo en la calle esperan un dotación de patrulleros que iluminan la noche de azul titilante y la frustrada Carmen Maura sufre un nuevo abandono es a la vez cómico y conmovedor. Almodóvar no se ríe de la pasión de sus personajes ni de su sufrimiento: los acompaña con estallidos de color y música, intercala gags hilarantes y con todo eso piensa en el artificio del mecanismo. Esta ondulación entre distancia y cercanía no implica menoscabo alguno de las pasiones desatadas. El melodrama alodovariano ríe, llora y piensa.



La apoteosis ochentosa de Almodóvar prepara sin saberlo el terreno para la irrupción de Joao Pedro Rodrigues en el siglo que sigue. Pero esto ya es otro cantar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario