The Wild Blue Yonder (Werner Herzog, 2005)
por Oscar Cuervo
Según la descripción de Herzog: "Unos astronautas perdidos en el espacio, el secreto de Rosswell revisitado y un extraterrestre, Brad Dourif, que habla de su planeta natal, con su atmósfera compuesta de helio líquido y su cielo congelado… Esto forma parte de mi fábula de ciencia ficción”.
Herzog monta filmaciones subacuáticas documentales cedidas por la NASA, mientras desde el relato su protagonista renomina esas imágenes: lo que vemos sería el cielo congelado de su lejano mundo de origen. Las medusas herzoguianas se mueven con una gracilidad que ningún desarrollo digital podría haber logrado, mientras la música de Ernst Reijseger hace hablar en lenguas a estos alienígenas que en realidad son parte de la fauna marina. Una operación poética lejos de las tecnologías bélicas del 3D que asedian la percepción del espectador en películas como Avatar y pone en marcha el más honesto ilusionismo que el cine reconoció como posibilidad suya ya en sus orígenes.
Herzog es fiel a un propósito: tomar el cine como un órgano que extiende el alcance de la mirada humana hasta el límite de lo posible y, si pudiera, más allá. Lo que vemos en sus películas nunca es una invención, sino visiones inauditas de nuestro mundo. En esto, es el realista más radical.
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