Que Roma y Lazzaro felice, dos exponentes del humanismo de la mala fe contemporánea, condescendientes con los sumisos perfectos, sean consideradas películas atendibles por la cinefilia supuestamente rigurosa me causa una honda desazón.
Lazzaro felice: Una idea de la inocencia angélica en medio del mundo malvado, que asimila la bondad al idiotismo y rubrica la maniobra con el rito sacrificial del idiota, quiere pasar por una fábula sobre la crueldad contemporánea de la que la película participa.
Al principio parece atractiva por su retrato del mundo arcaico pero su extraño giro "religioso" tan forzado como chamuyero termina por desbaratar su intento de decir algo sublime sobre la bondad y la maldad contemporáneas, con banalidad ofensiva.
La fotogenia del protagonista y su imprevista amistad con el joven aristócrata prometen al principio algún tipo de tensión entre ética y política que se resuelve en la segunda parte con su religiosidad de realismo mágico.
Los críticos que adjudican religiosidad a Lazzaro desconocen con tenacidad lo que Bresson o Pasolini hicieron al respecto. Las comparaciones con Rosellini y los Taviani me revuelven el estómago. Es el licuado de lo que con todos esos nombres venerables es capaz de hacer Netflix.
Lazzaro podría prometer un cierto registro de un arcaísmo subsistente, hasta el giro alegórico sobre el estado angélico que ofende a los oprimidos del mundo con el bajo recurso de la angelización de la sumisión.
Dos agravantes para la catástrofe artística de Lazzaro felice, el premio al ¡mejor guión!, justo lo que arruina el buen comienzo de la película. Quizá el premio en Cannes al mejor guión sea solo el síntoma de que Netflix ya impuso su hegemonía. Netflix no quiere cine, quiere guiones con giros sorprendentes.
Y por último, que dignos cineastas y programadores poderosos hayan señalado a Lazzaro felice como película del año me sugiere un arruinamiento masivo del gusto por el cine.
Después de esta "revelación", extraño al Bruño Dumont de los campesinos malvados.
Después de esta "revelación", extraño al Bruño Dumont de los campesinos malvados.
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