por Lidia Ferrari
Este oxímoron es una ironía. La diversidad se basta sola. Bueno, a veces precisa de un entorno que la facilite. Nuestro mundo capitalista ha contribuido a eliminar más de la mitad de la diversidad biológica en la tierra. Por ejemplo, desde 1970 a 2016 ha disminuido las especies de vertebrados en el mundo de casi un 70%. Sabemos hoy que la diversidad de todo tipo: biológica, cultural, lingüística, sexual, etc. es factor beneficioso para la existencia humana. Sin embargo, no es posible concebir un pensamiento único sobre la diversidad, pues ella se cultiva allí, en la coexistencia de lo diverso. Es una clave de la condición democrática. Pero suceden cosas extrañas en este nuestro mundo democrático y de libre opinión que abroga por la diversidad y contra los monopolios y la homogeneidad de discurso. El profesor Alessandro Barbero, medievalista, divulgador excepcional, que ha convertido a la historia en una pasión de multitudes en Italia; enseñándonos la historia falseada que hemos aprendido y contribuyendo a formar personas más cultas y abiertas, ha dicho en una entrevista reciente que tiene temor de opinar de ciertos asuntos. Sobre todo, a partir de los efectos sufridos por dos temas delicados de los que se ocupó: las ‘foibe’ de la segunda guerra mundial y el Green Pass. Temas delicados, por cierto. El tercer tema era sobre las mujeres y el poder. Preguntado por las razones posibles de que las mujeres no formaran parte del poder arriesgó que quizás podría tratarse de que no eran tan agresivas y violentas como los hombres. Un decir al pasar del cual tuvo que disculparse ya que lo incriminaron con tal virulencia, sufrió una punición mediática inmerecida para un hombre que ha desasnado a tantos acerca de historia de mujeres invisibilizadas de la edad media, por ejemplo. Lo traigo a Alessandro Barbero pues si él, desde su prestigio y autoridad, dice que ahora tiene temor de lo que puede decir, es que hemos llegado a un punto donde la policía del pensamiento en un sistema democrático cobra víctimas a pesar de que supuestamente tenemos garantizada la libertad de opinión. Me recuerda las advertencias de Pasolini acerca del poder homogeneizante del capitalismo al que considera una forma total de fascismo, cuando dice: “Porque el viejo fascismo, aunque más no sea a través de la degeneración retórica, distinguía: mientras el nuevo fascismo no distingue más: no es humanísticamente retórico, es americanamente pragmático. Su fin es la reorganización y la homologación brutalmente totalitaria del mundo”.
Lo recuerdo porque me ha sucedido en las redes sociales decidir no opinar sobre ciertos temas porque aborrezco las discusiones gratuitas y que sólo aportan malestar al intercambio. No le temo a la discusión argumentada. Pero se hace difícil, al menos en estos dispositivos.
He visto que quienes se atreven a poner una mirada diferente acerca de ciertas películas -tema menor sin dudas- son bombardeados de reprobaciones. La verdad es que no deja de ser cómico. Cuando Netflix presenta una película considerada supuestamente crítica al sistema, no puede haber pensamientos divergentes acerca del valor de esa película. Pasó con Roma, con La Hija Oscura, con Don't Look Up, con la última de Almodovar. No es posible -en las redes sociales- presentar una perspectiva diversa de aquella que dice que son películas a celebrar. Demás está decir que para Althusser el dispositivo Netflix sería uno de los aparatos ideológicos del Estado, como lo serían Google, Amazon, Apple, Facebook y varios más. Decir que dichos dispositivos que monopolizan la narración que consumimos diariamente pueden ser considerados AIE no debería causar ninguna extrañeza a personas con cierta visión de izquierdas. Tampoco, por cierto, que se emitan opiniones que no compartimos. Pero parece que no se pueden poner en discusión ni estos dispositivos ni ciertos productos que nos son ofrecidos. Es como si en nuestros intercambios en estas redes a-sociales se estuviera construyendo un pensamiento único, que no es dirigido por una fuerza represiva en sentido clásico, sino que a veces son tus propios compañeros los que te hacen sentir la censura. Es probable que se me presente la objeción de que no estoy aceptando opiniones diversas a la mía diciendo esto. Es que de lo que se trata es de poder discutir diferente y argumentar, sin llegar al insulto o a falacias ad personam.
De la misma manera me sucedió en un post de hace unos meses acerca de mi personal apoyo al gobierno del Frente de Todos y, como opinaba y opino, me preocupaba que desde tanta gente que votó por el gobierno se produjera una destitución imaginaria en la persona de Alberto Fernández que lo único que hace – es mi modo de pensarlo y puedo estar equivocada- es contribuir a debilitar un gobierno que es débil, no por el Presidente, sino por la coyuntura interna y la situación internacional. A partir de ese post y los efectos obtenidos dejé de opinar sobre política argentina. Pues se trataba de condena y vituperios y no de discusión argumental, la cual no necesariamente conduce a que todos pensemos lo mismo. Por el contrario, se trata de advertir las diferencias y aceptarlas como lo que son, diferencias.
Me reconozco en lo que dice Alessandro Barbero cuando se asombra de que en una democracia occidental campeona de la libertad de expresión deba cuidarse de lo que dice porque se descarga sobre él una tormenta de improperios. ¿Cómo cultivamos la diversidad si, en estas redes sociales donde cada uno de nosotros tiene un megáfono en sus manos, atacamos o desestimamos a quien piense diferente? Y no a aquellos que piensan de modo fascista y reaccionario. No, con esos no discutimos. Queremos conversar desde nuestras diferencias. Quizás algo del dispositivo lo impide, no lo sé. Quizás se trate de lo que trabajé en el texto ‘Divide et impera en clave neoliberal’ (Lacanemancipa). Quizás no podamos advertir -yo tampoco- cuánto estos dispositivos están orientando nuestras ideas, cuánto estos dispositivos en los cuales supuestamente conversamos están formateando nuestros pensamientos.
P.D. Hace cuatro años compré un televisor y su control remoto venía con Netflix como botón central. Casi no sabía de qué se trataba, pero eso significaba claramente que todos tenemos que ver Netflix a pesar de que se trate de una plataforma de pago privada.
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