Curiosamente dos películas vistas en este Festival de Mar del Plata se vertebran alrededor de un sonido que emite el universo, atraviesa un cuerpo y es imposible de olvidar. Memoria de Apichatpong Weerasethakul y Luto de Pablo Martín Weber. Pero ahí donde el tailandés se enreda en un laberinto trascendental, entre el trasplante lingüístico y el casting trasnacional, la del cordobés logra conmover con una sencillez y una frescura pasmosas. Weber se perfila como uno de los grandes cineastas de la década que empieza y ya estamos esperando el largo.
(Mi comparación puede resultar impertinente y las expectativas que pongo riesgosas, pero así me piace, este es mi lugar).
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