sábado, 18 de julio de 2020

Las mujeres de Copenhague


Me he vuelto a enamorar de cinco mujeres
en el autobús de la ruta 40.
¿Cómo va uno a controlar su vida en esas condiciones?
Una de ellas llevaba un abrigo de piel; otra, botas rojas.
Una leía el periódico; la otra, a Heidegger
y las calles estaban inundadas de lluvia.
En el bulevar Amager subió una princesa empapada,
eufórica y furiosa, y me cautivó totalmente.
Pero se bajó frente a la estación de policía
y su lugar lo tomaron dos reinas con pañoletas fulgurantes
que hablaban con voces estridentes en pakistaní
durante el trayecto al Hospital Municipal
mientras el autobús bullía de poesía. Eran hermanas
e igualmente bellas, por lo que les entregué mi corazón
a las dos y empecé a hacer planes de una nueva vida
en una aldea cerca de Rawalpindi, donde los niños crecen
en medio del olor a hibisco mientras sus madres cantan
canciones desgarradoras cuando la tarde cae
sobre las llanuras pakistaníes.

¡Pero ellas no me vieron!
Y la que llevaba el abrigo de piel lloraba con disimulo,
cubriéndose con el guante, cuando se bajó en Farimagsgade.
La que leía a Heidegger cerró el libro de súbito y me miró
fijamente con sonrisa burlona, como si acabase de vislumbrar
a un Don Nadie en su mismísima insignificancia.
Así se me partió el corazón por quinta vez cuando se levantó
y se fue con las otras. - ¡Qué brutal es la vida!
Seguí otras dos paradas antes de darme por vencido.
Siempre termina así: Uno, de pie en la acera,
fumando un cigarrillo, tenso
y levemente desdichado.


© Niels Hav
Traducido al español por Orlando Alomá.

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